miércoles, 21 de septiembre de 2011

ATANDO CABOS de Griselda Gambaro

ATANDO CABOS   de Griselda Gambaro

Personajes
Martín
Elisa

Esta obra fue escrita por comisión del Festival Internacional de Teatro de Londres (LIFT, 91), para ser leída en un ciclo de obras cortas. Esto explica su particular estructura. No obstante, con el título de Pulling two and two together terminó estrenándose en el Royal Court, upstairs, el 4 de julio de 1991, con dirección de James McDonald y actuación de Colin McCormack y Dinah Stabb.
Fue publicada por primera vez en inglés, con el título de Loose Ends y traducción de
Catherine Boyle, en la revista Travesía del Center For Latin American Cultural Studies, King's College, Londres, octubre 1992 y en castellano por la Revista Art Teatral, 2º semestre 1992, Año 4, Nº 4 de Valencia.

MARTÍN: ¿Es suyo el pañuelo?
ELISA: Oh, sí. Lo había perdido. Gracias.
MARTÍN: Se está bien aquí. ¿Es su primer viaje? (No hay respuesta. carraspea) ¿Su primer
viaje?
ELISA: Perdone. ¿Qué dijo?
MARTÍN: (sonríe):Si era su primer viaje.
ELISA: Sí.
MARTÍN: El bar está abierto. ¿Quiere tomar una copa conmigo?
ELISA: Es muy temprano. Acabo de desayunar. Gracias. (A modo de despedida) Gracias
por el pañuelo.
MARTÍN: La veré después.
ELISA: Si usted lo desea... (Pausa. Una risita. Para sí) Yo no... ¡Qué pesado!
MARTÍN: Es su primer viaje? ¿O ya se lo pregunté?
ELISA: Ya me lo preguntó. (Remeda) "¿Es su primer viaje?"
MARTÍN: Por barco sí. Prefiero el avión. Esto me resulta muy lento.
ELISA: Lentamente, vemos pasar el mar. Lástima, ahora hay pocos barcos. De pasajeros,
digo.
MARTÍN: El mar puede verlo desde una playa. Con el avión ya hubiéramos estado en
Europa. A bordo los días no pasan nunca. Suerte que la encontré, aunque usted parece no
querer verme.
ELISA: No me gustan los aviones.
MARTÍN: ¿No?
ELISA: Odio todo lo que vuela. (Ríe) Salvo los pájaros, las semillas...
MARTÍN: ¿Teme los aviones? Son seguros. Más que un auto en la carretera.
ELISA: No tengo miedo... Ya no. Me traen malos recuerdos.
MARTÍN: ¿Un accidente?
ELISA: Podríamos llamarlo así. (Ríe) No me ocurrió a mí. Si no, no contaría el cuento. No
estaría aquí, bajo este cielo, bajo este sol... ¡Mire! Saltó un pez.
MARTÍN: No lo vi.
ELISA: Apartó los ojos del agua.
MARTÍN: La miraba a usted.
ELISA: Si uno los aparta, saltan. Basta un parpadeo. La breve sombra de un parpadeo y,
como si lo supieran, aprovechan el instante y saltan.
MARTÍN: Usted me gusta.
ELISA: Se me secan los ojos de mirar tan fijo. A veces, los peces saltaban desde muy alto,
maniatados y atontados. ¡Plof! Golpeaban muy duro en el agua, se hundían.
MARTÍN: (bromista): Saltaban desde un avión. Los peces.
ELISA: ¿Cómo lo sabe?
MARTÍN: (ídem): Animales extraños... Esos peces.
ELISA: ¡Oh, sí! Como si tuvieran una carga que no les permitiera nadar. No nadaban. No
volvían a la superficie. Los encontraron por casualidad, en el fondo. Un remolcador se
hundió en el río y al dragar para rescatarlo... Había periodistas, ¿sabe? Ahí estaban, sobre el
lecho de arena.
MARTÍN: Perdóneme. Perdí el equilibrio. Casi más la hago caer. ¿La lastimé?
ELISA: No.
MARTÍN: ¿Qué pasa? Hemos chocado con algo.
ELISA: Chocado? No hay barco a la vista. Ni niebla. Se ve el mar hasta el horizonte.
¿Chocado? ¿Qué dice usted?
MARTÍN: Sin embargo... ¿Oye? Es la sirena de a bordo.
ELISA: Un ejercicio de salvataje. Como la semana pasada.
MARTÍN: Han parado las máquinas. No es lo mismo.
ELISA: Me parece que tiene razón. Oigo la sirena. (Ríe) ¡Cómo para no oírla! ¡Y todo el
inundo corre!
MARTÍN: Espéreme aquí.
ELISA: ¿Dónde va? ¿Qué hace? Se ha puesto pálido.
MARTÍN: ¡Buscaré salvavidas! Espéreme.
ELISA: ¡Qué hombre aprensivo! Me estoy inclinando, es como un juego. Mejor que me
tome de la baranda. ¿Por qué se asustan tanto? Niña, ¡niña!, no llores. Allá está tu madre,
¡allá! No te pierdas. Tranquila. (Pausa) ¡Qué barullo! Estaban todos aquí, disfrutando del
viaje, cómodos, felices, ¿no?, y de pronto esta agitación, este pánico... Hormigas. Si
aplastan el hormiguero, salen todas juntas, para un lado, para otro...
MARTÍN: Póngase su salvavidas.
ELISA: ¿Esto? De ningún modo. Me aplastará el vestido. Me compré ropa nueva para el
viaje.
MARTÍN: ¿No se da cuenta? El barco se escora. ¡Muévase!
ELISA: No conozco términos marinos. Apenas si distingo proa y popa. El resto es misterio.
Nunca pude leer a Conrad. Me perdía apenas empezaba con jarcias, pagnol, barlovento...
¿Qué significa "escorarse"?
MARTÍN: Que el barco se inclina. ¡Se hunde! Muévase.
ELISA: ¿Hacia dónde? La gente parece loca. ¡Mire a ése! Gracioso, con el sobretodo sobre
el piyama. ¡Con este calor! (Furiosa) ¡No me empuje!
MARTÍN: ¿Quiere quedarse aquí? ¿Hundirse?
ELISA: (abstraída): No es tan raro... hundirse.
MARTÍN: ¡Entonces quédese! ¡Yo me voy! (Una pausa) Venga conmigo.
ELISA: ¿Adónde?
MARTÍN: A los botes.
ELISA: Ése está lleno, aquél está repleto...
MARTÍN: ¡A éste!
ELISA: ¡Es muy chico! ¡Y no me empuje! Está perdiendo el control, domínese. ¿Nunca
pasó por una situación de riesgo?
MARTÍN: Me iré solo.
ELISA: ¡Ah, no, no! Sería poco gentil. Hace días que usted me persigue. Lo advertí
enseguida. Usted tiene aspecto un poco... militar. No me gustaba. Su voz es fuerte. Pero
hoy accedí a hablarle. Hablamos de aviones, ¿no lo recuerda?
MARTÍN: Sí, lo recuerdo. Póngase el salvavidas. Suba al bote.
ELISA: ¡Me lo pongo! Si no hay más remedio... ¡Qué fastidio! Me siento gorda, o hinchada
como... los muertos en el mar. (Ríe) No, no. ¡No apriete tanto las cintas! Bien atado, pero
sin arrugar la ropa.
MARTÍN: ¿Quién piensa en la ropa ahora? ¡Suba! Sujétese. Siéntese aquí y manténgase
serena.
ELISA: ¡Oh, Dios! ¿Tenemos que bajar al agua? Es tanta distancia. No miro. Me tapo los
ojos. Mi hija jugaba así: se cubría los ojos con las manos y decía: ¡no estoy! (Triste) Para
los demás estaba. No pudo salvarse.
MARTÍN: Cierre los ojos si la tranquiliza.
ELISA: (risueña): ¡No! ¡Los tengo abiertos! "Manténgase serena" ¿Y usted?
MARTÍN: No lo encuentro divertido.
ELISA: Nadie se ha muerto. Esto no es tan grave. Si yo recuerdo, cuando tiraban los
cuerpos al mar...
MARTÍN: ¡Quédese quieta, señora!
ELISA: Para ellos era un juego...
MARTÍN: ¡Siéntese!
ELISA: No se daban cuenta. Y los que caían tampoco se daban cuenta, atontados, un
golpecito acá, un golpecito allá, un tranquilizante... En cierta manera, eran considerados,
¿no le parece?
MARTÍN: ¡Siéntese! (Breve silencio) Nunca haga movimientos bruscos en un bote.
ELISA: ¡Sólo quería mostrarle! No me hable en ese tono. (Ríe) Me intimida.
MARTÍN: Mejor que se intimide y no que zozobremos. ¿Por qué se me habrá ocurrido
viajar en barco? Conozco los aviones...
ELISA: Ah, ¿los conoce?
MARTÍN: ¡Y se me ocurrió el barco! ¡Qué imbécil!
ELISA: ¿Está arrepentido? ¿Por qué? El bote se desliza suavemente las olas son pequeñas,
y estamos solos como si nos hubiéramos dado cita para... (Una risita) ¿Qué ha pasado con
los otros? Es así, se apretujan por ansiedad en un solo rincón y la tierra es tan ancha. Se
amasijan, y la tierra es tan ancha.
MARTÍN: ¿Por qué no se calla?
ELISA: Me distrae hablar. ¿Le aburro?
MARTÍN: Aburrir es poco. ¡Me mata de aburrimiento! ¡Tengo su voz metida en los oídos!
¡Cállese! Diez minutos, una hora, ¡cállese! ¡Ni en sueños deja de hablar! ¡Ya no lo aguanto!
ELISA: Sí, sobre todo en sueños. Es mi manera de exorcizar las pesadillas. Pero en la vida
real no encontré, no encontré la manera de exorcizarlas.
MARTÍN: (groseramente): ¡Qué me importa! (Se controla) Gasta energías y se trata de
durar.
ELISA: ¿Durar ... ?
MARTÍN: Un buen principio de supervivencia: hablar poco, moverse menos. Resistir.
ELISA: Pero desperdiciar la oportunidad... Me parece tan romántico esto de naufragar. Ya
no se estila. Demodé, ¿verdad? Pero romántico. Un hombre y una mujer que se conocieron
accidentalmente en un barco... solos en un bote salvavidas en medio del océano... Lo que
no me explico es cómo no vinieron a recogernos. Tanta tecnología... radar y todo eso...
inútil, ¿no?
MARTÍN: Ya vendrán. No debe asustarse.
ELISA: No debe asustarse, le decía la rata aterrorizada al león. (Ríe) Una broma. No lo
tome a mal. (Pausa. Canturrea un momento) ¿Se enojó?
MARTÍN: No. Quedémonos quietos y en silencio.
ELISA: ¿Quietos? ¿No exagera? Esto no es un salón de baile. Muevo la mano, el pie... Muy
poquito. Pero si dejo de hablar me engulle el agua. ¿Tiene familia?
MARTÍN: Poca.
ELISA: Es parco usted. Antes quería conversar conmigo y ahora le saco las palabras a
cuentagotas. Debiera haber preguntado: ¿y usted?
MARTÍN: (secamente): ¿Y usted?
ELISA: ¡Qué tono estimulante! Tuve. Ya no. Curioso, mis amigos piensan que me estoy
divirtiendo. Casi me obligaron. Usted sabe, la mitología de los viajes, el cruce del Ecuador,
las fiestas de noche, el bingo... En cambio, estamos aquí, pronto padeceremos sed... Yo no
quería viajar. Pensaba en una casualidad trágica.
MARTÍN: El naufragio.
ELISA: No. Que podía compartir la mesa en el comedor, sentarme en cubierta, en un bote,
junto a uno de ésos que tiraban... los peces al río. Como compañeros inocentes.
MARTÍN: (brusco): La fuerza es la que da la inocencia, señora. Ni el pecado original
existe, ningún pecado, si uno tiene la fuerza.
ELISA: Usted es inocente.
MARTÍN: Por supuesto. (Ríe)
ELISA: ¿Queda algo de galleta?
MARTÍN: Sí.
ELISA: Comería una con gusto.
MARTÍN: Ya comió. Espere a la noche.
ELISA: ¿Por qué?
MARTÍN: Es necesario.
ELISA: Ah. Racionar los alimentos. Como en la guerra. Y "usted" se encarga. (Ríe)
MARTÍN: ¿Qué hay de gracioso? ¿No tiene miedo? Yo, la rata, tengo miedo No mucho.
ELISA: El león, la leona, también. Las mujeres Fingimos con bastante eficacia. Hasta
último momento. Mi hija debió tener miedo.
MARTÍN: ¿Su hija? ¿Por qué?
ELISA: Cayó al agua.
MARTÍN: ¿Se ahogó"
ELISA: Se ahogó.
MARTÍN: Lo siento.
ELISA: Pasó hace mucho. Y el tiempo lo cura todo. (Abstraída) Así dicen. A mí se me
ocurre que fue ayer cuando cayó... al agua. Ni siquiera al océano. Al río. No a cualquiera, al
más ancho del mundo.
MARTÍN: ¿Cómo? (Rápido) No me importa
ELISA: Desde un helicóptero. (Ríe) ¡Ni suerte para un avión! El subdesarrollo es así. Ni
mar ni océano: río. En una época plateado, ahora arena sucio. Un helicóptero seguramente
pasado de moda, chatarra que nos vendieron como nueva. Pero aún volaba y servía para
alzar vuelo en la noche. (Tristemente irónica) La noche oscura del alma. Si lo pienso, esto
me resulta una fiesta. Imagínese. Los prisioneros empujados al vacío, ya medio muertos,
para terminar de morir. Sucia manera, !no?
MARTÍN: (fríamente): Yo diría limpia. Más limpia que enterrar. Casi más práctica.
Ejecución y sepultura a la vez.
ELISA: De pronto usted parece saber mucho sobre eso.
MARTÍN: Solamente ato cabos.
ELISA: Yo también.
MARTÍN: ¿Por qué encogió las piernas? No la voy a tocar.
ELISA: Sin embargo, quiso salvarme.
MARTÍN: Usted me gustaba. Cuido a cierta gente. ¿O qué supone que soy?
ELISA: Humano. Caben tantas cosas... en humano.
MARTÍN: La bondad. ¿Quiere un poco de agua?
ELISA: No. ¿Piensa que va a llover?
MARTÍN: Quizás. Hay nubes. Aquellas son cúmulus, pueden traer agua.
ELISA: Nos vendría bien la lluvia. Los náufragos siempre se salvan así, antes del rescate.
Cuando están a punto de morir de sed, llueve. Los otros botes han desaparecido como por
encanto.
MARTÍN: Distintas corrientes.
ELISA: ¿Cree que se han salvado?
MARTÍN: Quizás.
ELISA: Han tenido más suerte. Todo es cuestión de suerte. Una pobre chica. Quería
cambiar el mundo. Una intención muy inestable, ¿no cree? (Ríe) Si hubiera naufragado...
Ningún lugar más seguro que éste. El naufragio.
MARTÍN: La tierra es más segura todavía. O el aire.
ELISA: Se me ocurre que miente. El aire no es sólo soporte de pájaros inofensivos,
¿verdad? Y la tierra... ¿Qué hacía en la tierra para sentirse seguro?
MARTÍN: ¿Qué hacía? (Ríe) Vivía bien.
ELISA: Sin hijos, sin lengua.
MARTÍN: Sin hijos, pero con lengua. Una lengua sabia.
ELISA: Que asiente.
MARTÍN: Que asiente, o niega lo que hay que negar.
ELISA: Ni ojos. Nunca vio a los peces saltar en el aire, hacia el mar, digo hacia el río.
MARTÍN: (tajante): Nunca. Quien saltó al mar, al río, fue porque se lo buscó. Si un pajarito
se para bajo la pata de un elefante, será aplastado. Me refiero naturalmente a su hija. Hay
otras escalas.
ELISA: Y a usted le tocó ésa, la ínfima, en ese ridículo y despreciado país del que partimos.
MARTÍN: Me tocó? (Ríe) ¡Absolutamente no! ¡Mire! ¡Allá! ¡Deme su pañuelo! ¡Pronto!
¡Eh, eh! ¡Aquí, aquí!
ELISA: ¿Qué pasa?
MARTÍN: ¡Un avión! Ese punto plateado a la izquierda... ¡Eh, eh!
ELISA: No nos descubrirán, está muy lejos. Yo, que vi tanto, casi no lo distingo.
MARTÍN: ¡Yo lo veo! ¡Eh, eh! ¿Qué hacen? ¡Idiotas! ¡Eh, eh! (Bajo) Aquí, aquí...
ELISA: Tome un sorbo de agua.
MARTÍN: ¡Maldito sea!
ELISA: Agua.
MARTÍN: Nos queda poca. Beberé a la noche.
ELISA: Terminar antes o después es lo mismo.
MARTÍN: (furioso): ¿Terminar? ¡Vendrán a salvarnos! ¿O usted cree que vamos a morir
aquí, con esta muerte estúpida?
ELISA: No la considero tan estúpida. Hay otras peores. No llegar a despertar del sueño o
despertar un instante para darse cuenta... que la puerta está abierta, y corre el viento y
alguien nos empuja al vacío... Peor, ¿no?
MARTÍN: Mi muerte es lo que importa. ¡Mi vida! Lo mejor y lo peor se refieren a esto.
ELISA: Poca cosa es la vida si no hay lazos con los otros. La pobrecita lo sabía. Pobre
muchacha... Cambiar el inundo... A veces es tan tonto pretender cambiar el mundo... (Ríe)
Perder la vida casi por una necedad.
MARTÍN: (tajante): Sí, fue muy necio pretenderlo. Ya le dije, si un pajarito se para bajo la
pata de un elefante...
ELISA: Será aplastado. ¿Conoce la historia ... ?
MARTÍN: (la interrumpe): No conozco ninguna historia. Ni me interesa, señora.
ELISA: Cuando usted dice señora es porque se enoja. ¿Por qué se enojó esta vez?
MARTÍN: ¿De qué quiere hablarme en realidad? ¿De su hija? Perdóneme si soy rudo, las
pequeñas historias se acaban muy rápido. Incluso las grandes. Se ahogó, lo lamento. Pero
no quiero detalles. Podemos hablar de otro tema. O callarnos.
ELISA: ¿Callarnos? No.
MARTÍN: Ahorre saliva.
ELISA: ¡Qué grosero puede ser usted, en ocasiones! ¿Quiere hacerme callar? ¿Cómo?
MARTÍN: No escuchándola.
ELISA: ¿Dándome la espalda? Usted puede ser grosero... e infantil.
MARTÍN: También puedo tirarla por la borda. Eso no sería tan infantil, ¿verdad?
ELISA: Sí, puede hacerlo. Pero no tiene ganas. "Ahora" no tiene ganas.
MARTÍN: Acertó. Ahora sólo tengo ganas de que se calle. (Alusivo) Y si me apura...
ELISA: (furiosa): ¡No me toque!
MARTÍN: ¿Por qué? Déjeme besarla. Todavía no estamos tan débiles como para no ...
aprovechar... Usted lo dijo: es tan romántico ... los dos solos en el bote...
ELISA: ¡Sáqueme las manos de encima!
MARTÍN: (un silencio): ¿Quién cree que es? ¿Se vio en el espejo? La dejo, pero porque
quiero, ¿sabe? Métaselo en la cabeza: porque quiero.
ELISA: ¿Si?
MARTÍN: Sí.
ELISA: Mi hija...
MARTÍN: ¡Cállese! ¡Estoy harto de su hija! Compare, señora. Una pequeña desgracia, o
fatalidad, no hace temblar al mundo. Ni siquiera agita la hierba.
ELISA: ¡Oh, sí! La hierba tiembla, se acongoja. (Pausa) Es lógico que no le interese
hablar... Escuchar. Con las hecatombes que provocan los ricos, lo nuestro parece tan
mínimo, tan olvidable...
MARTÍN: Me alegro de que lo entienda.
ELISA: (ríe): ¡No! ¡No lo entiendo! No es por eso de: cada uno sabe dónde le aprieta el
zapato, o a cada uno le importa su ombligo. Siempre haciendo números con la muerte. Pero
en la muerte no hay número, ni tiempo, ni siquiera lugar. Todas están unidas, del sur al
oriente, del oriente al norte, como si los puntos cardinales hubieran enloquecido en esta
tierra triste... Una cadena infinita donde cada muerto está abrazado a otro, uno de piel clara
con otro de piel oscura, un niño con una mujer desconocida, todos culpables de ser débiles,
de no tener voz, culpables de haber muerto... Usted y yo somos sobrevivientes.
MARTÍN: No creo. Si estuve en una guerra, fue en la de los que vencieron. Los que vencen
nunca son sobrevivientes. Nunca estuvieron a punto de morir. Ahora, si se refiere al barco,
se lo concedo, quizás lo seamos. Puede que haya otros. Sobrevivientes.
ELISA: Sabe qué hacía mi hija?
MARTÍN: (sonríe irónico): Depende de la edad.
ELISA: Quince años.
MARTÍN: (ídem) Puedo suponerlo.
ELISA: ¿Que era coqueta? Sí. ¿Que le gustaba bailar? Sí. Pero quería cambiar el mundo.
MARTÍN: ¿Cambiarlo? (Ríe) Torcerle el rumbo. Una necedad.
ELISA: Sí, sí. Una necedad, se lo dije. No me interrumpa. Si usted me interrumpe a cada
momento no terminaré de contarlo.
MARTÍN: ¿Quién le pide que me lo cuente?
ELISA: ¡Es que yo quiero! Fue tan... ¡desmesurada! La necedad. (Ansiosa y
aceleradamente) ¡No me interrumpa! Se juntó en la calle con otros chicos -¡una calle con
plátanos!- para... ¡una necedad!, ¿qué era?, ¡ya no recuerdo!, la re baja del boleto del
ómnibus... o... o algo así, ¿era esto? Que no raparan a los muchachos o les dejaran usar
barba... ¡Imagínese! (Ríe) Gritaron en la calle, ¡bajo los plátanos! (Martín en silencio.
Furiosa) No me interrumpa, ¡no me interrumpa!, alborotaron, sabe cómo son los chicos,
irrespetuosos, se creen invulnerables... Y después... la hecatombe. ¡Eso también fue una
hecatombe! ¡De dos, de cinco, de diez! Una muerte puede ser una hecatombe, ¡una sola!
MARTÍN: (fríamente): No grite.
ELISA: ¡Muertos por semejante necedad! Y antes de la muerte... (Se interrumpe. Cambia
de tono. Voluble) No lo digo. No lo diré nunca. No puedo. Es de muy mal gusto decirlo. Y
más a usted.
MARTÍN: No hace falta decirlo.
ELISA: "Usted" lo sabe. Yo no quería viajar, podría ocurrir que me sentara junto a un
compañero inocente.
MARTÍN: ¿Que empujó a su hija al río? No fui yo. Tomaremos un sorbo de agua.
ELISA: No es de noche todavía.
MARTÍN: Atardece. Sé lo que hay que hacer.
ELISA: Sobre el agua y la sed. ¿Nada le dijo que yo lo odiaba? Tiene aspecto un poco...
militar.
MARTÍN: (divertido): ¿Sólo por eso me odiaba?
ELISA: No es poco. Se para de cierta manera, habla, de cierta manera.... Huele.
MARTÍN: A colonia, a loción de afeitar. Antes. Ahora supongo a mugre, a sal.
ELISA: (aspira profundamente): Sin embargo... ahí está el olor.
MARTÍN: Usted huele como yo, no demasiado bien. Es raro, es una mujer inteligente, pero
puede ser muy estúpida. Señora.
ELISA: Lo odiaba. Después... me desconcerté. Me trajo el salvavidas, me guió al bote...
MARTÍN: A veces cometo esos errores. La encontraba muy hermosa. Y tengo cierta
debilidad por la belleza. Debo confesar que en estos días usted ha perdido mucho de su
atractivo. ¡Venga! ¡No se aparte! Va a caerse por la borda. (Ríe) Y no la rescataré.
ELISA: ¿Cómo estoy sentada a su lado? ¿Es que no hubo castigo?
MARTÍN: Sí, lo hubo. ¿No me dijo que su hija se ahogó? (Ríe) Perdóneme. Usted me
ofrece la ocasión servida, ¿por qué me busca la lengua? No quería hablar así. Beba un
sorbo.
ELISA: Usted me da el agua porque comparto su naufragio. Sólo por eso. Y no sirve.
MARTÍN: (brutalmente): ¿Quién le dijo? Ni siquiera el naufragio es el mismo para todos.
Entre los dos, me quedo conmigo. Disfrute el sorbo, será el último. Para usted. ¡Mire!
ELISA: ¿Qué?
MARTÍN: ¡Allá, allá lejos ... ! ¡Una lancha! Viene hacia nosotros... ¡Oh, Dios!
ELISA: Puede arrodillarse. Usted cree en Dios. Naturalmente cree.
MARTÍN: ¿Qué clase de mujer es? ¿No se alegra? ¡Vienen a salvarnos! ¡Vienen a
salvarnos!
ELISA: ¡Suélteme! ¡No me abrace! ¡Suélteme!
MARTÍN: ¡ La abrazo porque estoy contento! ¡Vienen a salvarnos!
ELISA: No quiero que me toque. Caí con mi hija al río. Miraba salir los peces fuera del
agua y caer, y, trataba de imaginar... Usted nunca imaginó nada.
MARTÍN: No necesito imaginar. Yo hice la historia, la grande y la pequeña. Todas las
historias que usted cuenta, yo las hice. Y los que hacemos la historia somos los únicos
libres y podemos ensalzarnos. No necesitamos ninguna absolución. ¡Alégrese!
¡Volveremos a tierra'
ELISA: Nadie me salvará del naufragio.
MARTÍN: ¿Prefiere ahogarse? Ahóguese entonces.
ELISA: Caigo y no me ahogo. Tengo una memoria profunda como el agua, me trae, me
lleva, me hunde... me salva.
MARTÍN: ¡Qué mujer tonta! Cargante. ¡Eh, los de la lancha! ¡Pronto, pronto! Yo sabía que
vendrían. Rastrean por zonas, ¿sabe?
ELISA: Sí, lo sé. Rastreaban por zonas, casa por casa. Y uno era encontrado.
Indefectiblemente.
MARTÍN: Estarnos bien, exhaustos... Sólo exhaustos. Nunca viajaré más por mar. Por aire
y por tierra, nunca más por mar. (Ríe débil, tontamente) Pase primero, señora. Señora, y no
estoy enojado sino feliz. Pase primero, señora.
ELISA: No le daré la espalda.
MARTÍN: Siéntese. ¿Tiene frío? He vuelto a ser gentil. Limpio, afeitado, sin hambre. He
vuelto a ser gentil. ¿La veré en tierra?
ELISA: (secreta): Sí, me verá.
MARTÍN: Una mujer hermosa, un poco verborrágica, ahora en silencio. Me alegro de que
no contemple más el mar, como hacía antes en el barco. Me mira a mí, ahora.
ELISA: Sí, lo miro.
MARTÍN: Podemos descansar Juntos unos días donde usted quiera. Tengo una casa en el
campo, hay caballos, ¿sabe montar?, está el río cerca. ¿Qué le parece? ¿Acepta?
ELISA: ¿Es que la historia es esta reconciliación absurda y miserable?
MARTÍN: No vuele tanto. Lo que dijimos en el bote fue por nervios, quizás extenuación.
Usted me agrada. Acepte. Serán buenas vacaciones, descansará.
ELISA: No. No quiero descansar.
MARTÍN: Pero volveremos a vernos, ¿verdad?
ELISA: Sí. Me verá. No dejará de verme.
MARTÍN: ¿Por qué usa ese tono? No sea rencorosa. (Sonríe) Soy inocente.
ELISA: Usted lo dijo, inocente como son los que tienen la fuerza. Algo haré para que no
deje de verme. En tierra, en el naufragio. Algo haré para que no deje de verme.
¿Verborrágica, dijo? Hablaré tanto que lo inundaré con mi memoria, y no podrá respirar, y
se ahogará en tierra, ¡en el naufragio!
MARTÍN: (fríamente): Somos ciegos y sordos, señora. El mundo no cambiará por unos
pocos. O por una multitud sin fuerza. Resígnese.
ELISA: No sé qué es eso. No contar con mi resignación es su fracaso. No conseguir borrar
mi memoria, su naufragio. En esta tierra que transito usted no puede vivir. En estas aguas,
usted no sabe nadar. ¿Oye? (Atiende) Corren. (Una pausa) Hemos chocado con algo.
TELÓN

¿Quién, yo? DALMIRO SAENZ

¿Quién, yo?

DALMIRO SAENZ

Torres Agüero Editor
Buenos Aires

1983 by TORRES AGÜERO EDITOR, Sumara 865, Buenos Alies, Capital de la República  Argentina.
Hecho el depósito que manda la Ley 11.723. Tapa: Osear Díaz. Impreso en Argentina.
Printed in Argentina. ISBN: 950-549-037-2



Se levanta el telón y estamos en una sala del juzgado. En un costado a la derecha vemos un juez con peluca. Al lado del escritorio, una secretaria fea con anteojos y con un delantal gris o negro, sentada frente a su máquina. En el lado del público figuran estar los miembros del jurado. En el centro del escenario sentado en un banquillo, el acusado: Felipe Azul de Metileno. En el fondo un enorme ventanal con varias puertas de vidrio da hacia un cielo azul y está parcialmente cubierto por
las cortinas de los costados. Cuando empieza la escena, el fiscal está hablando ampulosamente. El abogado defensor escucha.

FISCAL. — Señores del Jurado, como Fiscal del Estado represento en este momento una parte de la conciencia de cada uno de ustedes. Soy el dedo acusador de una sociedad que se señala a sí misma en la persona de alguno de sus miembros. Porque  la culpa de los individuos en particular, es la consecuencia de una gran culpa de la sociedad en general, porque la sociedad es la generadora de las costumbres, la artífice de la moral, la incansable artesana de su tiempo. Y nosotros, miembros de esta sociedad, tenemos la obligación de integrarnos en ese tiempo, en esa moral, en esas costumbres, porque ellas han surgido de la parte más pura de nuestro yo. Señores del Jurado, delante nuestro está sentado un hombre que ha delinquido, un hombre que no ha respetado uno de los principios básicos de nuestra civilización, el derecho de la propiedad.
Este hombre ha robado, es un ladrón (pausa), pero no ha robado una gran cantidad de dinero, no ha asaltado un banco, no ha hecho alguna gigantesca estafa, sino que su
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crimen ha consistido en apropiarse de un vuelto de veintidós pesos con cuarenta centavos.
Veo sonrisas en las caras de los miembros del Jurado. Lo ínfimo de la suma os hace sonreír. La cantidad es insignificante aun para este momento en que la humanidad ha perfeccionado hasta tal punto sus medios defensivos que prácticamente este tipo de delitos están tendiendo a desaparecer.
Es por eso, que a pesar de ser yo el Fiscal del Estado, a pesar de tener el mandato de defender las leyes contra aquellos que pretenden vulnerarlas, hago un llamado de atención a ustedes: ¿Hacia dónde va el hombre en su afán de perfeccionarse? ¿Hacia qué extremos se encamina, que el hurto de veintidós pesos con cuarenta centavos pone en marcha el celoso mecanismo de la justicia? Es por eso que por primera vez en este tribunal, la Defensa y la Fiscalía nos hemos puesto de acuerdo en pedir a los miembros de este Honorable Jurado, piedad para el acusado, tal vez en homenaje a
una humanidad ya tan evolucionada como para preocuparse en la substracción de veintidós pesos con cuarenta centavos.
Se produce un silencio y después el Fiscal prosigue:
Dejo la palabra al Abogado Defensor. 
El Abogado Defensor (con menos personalidad que el Fiscal) avanza hacia el Jurado y dice con sencillez:
DEFENSOR. — Hago mías las hidalgas palabras del Fiscal y procederé a interrogar al acusado.
Se acerca al acusado y paternalmente le dice:
-¿Nombre?
FELIPE. — ¿Quién, yo?
DEFENSOR . — Sí, usted.
FELIPE. — Felipe Azul de Metileno.
DEFENSOR. — ¿Nacido?
FELIPE. —Sí.

DEFENSOR. (Con tolerancia.) —¿Dónde nació?

FELIPE. — ¿Quién, yo?
DEFENSOR. — Sí, usted.

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FELIPE. — En Buenos Aires.
DEFENSOR. — ¿Casado?
FELIPE. — ¿Quién, yo?
DEFENSOR — Sí, usted.
FELIPE. —No.
DEFENSOR. — ¿Tiene hijos?
FELIPE. — ¿Quién, yo?
DEFENSOR. — Sí, usted.
FELIPE. — No.
DEFENSOR. — ¿Profesión?
FELIPE. —¿Quién, yo?
DEFENSOR . — Sí, usted.
FELIPE. — Empleado.
DEFENSOR. — ¿Edad?
FELIPE. — ¿Quién, yo?

DEFENSOR. (Exasperado.) — ¡Nooo yo!

FELIPE. — Y... yo a usted más de cincuenta no le doy.
El Abogado, venciendo su exasperación, vuelve a su tono.
DEFENSOR. — Señor Felipe Azul de Metileno, tengo entendido que su vida se ha desarrollado en ciertos medios y bajo determinadas circunstancias que lo hacen a usted no enteramente responsable de su delito. Tal vez el status social al que usted
pertenecía...
FELIPE. —¿El qué?

DEFENSOR. — El status, el lugar social que usted ocupa, la clase social a la que usted pertenece. ¿A qué clase social considera usted que pertenece?

FELIPE. — Soy aristócrata.
DEFENSOR — ¿Qué?
FELIPE. — Aristócrata.
DEFENSOR. — ¿Aristócrata? ¿Pero qué considera usted aristocracia?
FELIPE. — Mi familia es aristocrática, descendemos de Adán.
DEFENSOR. (Sonriendo con simpatía.) Bueno, en cierto modo todos...
FELIPE. —Y de Noé.
DEFENSOR. (Un poco intrigado.) ¿Noé?

FELIPE. — Bueno, Noé, Noé, lo que se

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dice Noé no, más bien descendemos del arca, dicen que una pareja de Metilenos descendió del arca.
DEFENSOR. — Ah sí, qué bien.
FELIPE. — No, tan bien no, porque se equivocaron y bajaron antes que terminara el diluvio. Lo que pasó es que eran muy impacientes y fueron y le dijeron a Noé: “¿Oiga Noé, acá hay acomodo, ayer se bajó una pareja, y nosotros para cuándo?” “Bueno —le contestó Noé conciliador— fue una excepción. “¿Y por qué va a haber excepciones con ellos? — dijeron mis antepasados y les dice Noé -era una pareja de pejerreyes.” “A nosotros no nos interesa, nos bajamos ahora y se acabó dice mi  antepasado— miren que está hondo —dice Noé—; ¿qué va a estar hondo, qué va estar hondo, y
ese perro cómo hace pie?” —“¿Cuál perro? Ese— ése no es un perro, es un. . . es una. . . una. . . ¿cómo es que se llama...?” Pero ya mis abuelos se habían bajado y Noé los miró desaparecer  bajo las aguas mientras se pegaba en la frente y decía— ¡Jirafa! Fue bastante triste el episodio

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porque yo quedé huérfano de antepasados antes de haber nacido como quien dice. La ceremonia que
hizo Noé dicen que fue muy emotiva, hizo formar la tripulación en cubierta y empezó su discurso con estas palabras: —Animales... —ahí se armó, el elefante, que era muy susceptible, le pegó un trompazo, la hiena se reía a carcajadas, el. Cocodrilo lloraba, la paloma se tomó el olivo, la vaca dijo Muuu y la oveja Beeeeeety, seguramente ya intuía a los Menéndez.
DEFENSOR. — Bueno,- bueno, muy interesante, pero es un poco lejano lo que usted cuenta. Cuando usted se refería a su familia, yo pensaba que era algo más cercano, sus padres o sus abuelos o hasta sus bisabuelos si quiere, pero.
FELIPE. — Bueno, Mi bisabuelo era marino, peleó en Trafalgar, bastante burro el pobre, dicen que cuando Nelson dijo “Inglaterra espera que cada uno cumpla con su deber”, se fue al camarote a copiar la tabla del nueve y a hacer una composición sobre la vaca, porque voluntad tenía
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eso sí, no se lo podemos negar, voluntad tenía, tanto que hizo un carrerón en la marina inglesa, hasta que la muerte truncó su promisorio futuro a los noventa y seis años, ya con el grado de grumete, cuando se enteró que en el buque había una Santa Bárbara y fue a  llevarle una vela, su fe lo mató, algunos lo consideran un precursor de la aviación naval, otros no. En cambio mi abuelo era distinto.

Mientras hablaba se ha parado y se pasea, el defensor y el fiscal están algo absortos, el acusado se ha detenido frente al ventanal, y mientras habla, el cielo que se veía por la ventana va cambiando de color, como si surgiera una neblina, también se oye una sirena de barco muy lejana, y surge la silueta de la borda de un barco apenas insinuado por algún detalle y por algún movimiento. Tiene que dar la sensación que Felipe está adentro del barco.

FELIPE. — En cambio mi abuelo era distinto, me parece estar viéndolo en la cubierta de su buque. Felipe el Sanguinario le decían, y era un famoso pescador de ballenas en los Mares del Sur.
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Felipe se ha puesto una gorra de marino o un suéter y se oye nudo de mar y de viento, luego su voz poderosa se oye llamando al contramaestre con energía marinera: Contramaestre.

VOZ EN OPF DEL CONTRAMAESTRE.

Ordene, señor.
FELIPE. —¿Cobró el foque?
Voz EN OFF. — Sí, señor.
FELIPE. — ¿Cuánto era?
Voz EN OFF. — Ciento cuarenta pesos, señor.
Continua el ruido del mar y después Felipe ordena:
FELIPE.—Contramaestre.
Voz EN OFF. — Ordene, señor.
FELIPE — Cace la mayor.
Voz EN OFF. — ¿Y la menor?
FELIPE. — Que se quede soltera no más, y avise a la gente que hay una ballena a proa.
Voz EN OFF. — Comprendido, señor.
FELIPE. — Alcánceme el arpón.
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Un marinero le alcanza un arpón y Felipe se pone en posición para lanzarlo contra la ballena, pero recapacita y dice enojado.

Bestia, animal, analfabeto, no ve que es una ballena chiquita, llévese el arpón y tráigame un arpa chiquita, retardado.

El contramaestre le alcanza un arpa y Felipe empieza a tocar mientras dice:

     No ve que con la música se les endulza el carácter y se mueren de diabetes.
CONTRAMAESTRE. — Atunes a proa, señor.
FELIPE. — Preparar la maniobra.
CONTRAMAESTRE. — Acá está todo, señor.
FELIPE. — ¿Están las latas de atún?
CONTRAMAESTRE. — Sí. señor.
FELIPE . — Tírelas al mar.

El contramaestre empieza a tirarlas, se oye el ruido de éstas al caer al agua, después de una pausa Felipe les grita a los atunes al mismo tiempo que les muestra las latas.
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FELIPE. — Recuerden que algunos de ustedes puede haberse comido a su propio padre (por lo bajo al contramaestre). Es el gran sistema, los más sensibles se mueren de tristeza. El viento sigue bramando y después de una pausa Felipe dice, mirando hacia el imaginario velamen. Gran barco éste, gran barco.
CONTRAMAESTRE. — Es el mejor velero de dos palos que he conocido.
FELIPE. (Con nostalgia.) — Así es, un velero de dos palos, uno se lo di a papá y otro a mamá para heredar el barco.
Voz EN OFF. — Un pez grande a estribor.
FELIPE. (Al contramaestre.) — Prepare el espinel.

El contramaestre se va y casi en seguida Felipe le grita:

¡Animal, esa carnada no! Cuántas veces le he dicho que el pez grande se come al chico, ¿para qué cree que lo traemos a mi nieto?

Se oye un llanto de un chico que se corta bruscamente al oírse el chapoteo
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de un cuerpo al caer al agua. Después el ruido del viento y de las olas va desapareciendo, se va esfumando la borda  y el cielo va perdiendo su color grisáceo hasta convertirse en el cielo azul que había antes. Felipe, que se ha sacado la gorra, está hablando al Jurado con el mismo tono de antes, completamente distinto al de su abuelo.

. . .y yo me harté de esa vida, todos los días me sacaban del estómago de tiburones, peces espadas, delfines, no era vida, así que en el primer puerto deserté.
DEFENSOR. (Alarmado.) — ¿Desertó?
FELIPE. — Sí, deserté.
DEFENSOR. (Mirando preocupado al fiscal.) — Dijo que desertó.
FISCAL. — Sí, lo oímos.
DEFENSOR. (Al Jurado.) — Señores del Jurado, comprendo la preocupación de vuestras caras, pero a pesar de haber surgido un nuevo delito en el historial del acusado, ruego a ustedes que no olviden la corta edad que tenía éste cuando sucedió el hecho.
(A Felipe.) ¿Qué edad tenía en esa época?
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FELIPE. — ¿Quién, yo?
DEFENSOR. (Perdiendo la línea.) — ¡¡No, yo!!

FELIPE. — Y. . . no creo que usted tuviese más de doce, en cambio yo tenía cuatro.

DEFENSOR. — Una criatura.
FELIPE. — ¿Quién, yo?
DEFENSOR. (Va a decir algo pero se contiene y dice paternalmente.) — ¡Usfed era una criatura!
FELIPE .—No, dos.

DEFENSOR. (Al Jurado.) — Una criatura que. . . (recapacita lo que ha oído): ¿cómo dijo?

FELIPE. — Que éramos dos.
DEFENSOR. — ¿Cómo dos?
FELIPE. —Sí. Yo y mi hermana Felisa.
DEFENSOR. (Amable.) — Ah, ¿usted tenía una hermanita?
FELIPE.—No.  (Exasperado.)¿Y qué fue lo que dijo?
FELIPE. — Que éramos dos, yo y mi
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hermana Felisa que nunca nació, fue un error de imprenta como quien dice; resulta que cuando me anotaron en el Registro Civil el empleado se equivocó y me pusieron Felisa. Cuando al día siguiente fue mi padre a protestar, me anotaron como Felipe, pero se olvidaron de tacharla a Felisa. Bueno, como no era cuestión de hacer papelones y además estaba aquello del salario familiar, la familia decidió seguir la comedia. Los años pasaban y Felisa y yo crecíamos muy sanos gracias a Dios. Por
ejemplo, caían visitas y alguna señora decía: —Pero cómo está de grande Felipe —mamá siempre contestaba—, has visto, está enorme. ¿Y Felisa? insistía la señora—. Ahora viene —decía mamá—. Anda, Felipe querés, llama a tu hermana. —Entonces yo subía a mi cuarto, me ponía un vestido de mujer, una peluca, y bajaba a saludar. Con el colegio era bastante complicado, a la mañana
iba al Sarmiento, y a la tarde al Liceo N° 1. Bueno, así siguieron las cosas muchos años hasta que un día mi familia, cansada, decidió eliminar
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a Felisa. Se discutió mucho la enfermedad, alguien sugirió una pulmonía doble, pero a los demás le pareció excesiva, se pensó en una pulmonía simple, pero a mis tías les pareció poco. Al final se estuvieron por decidir por una viruela boba, pero a mi mamá le pareció que también era poco, por último estuvieron todos de acuerdo en que fuera una lepra boba, que como dijo mi  madrina, era menos terrible que la lepra y tenía más jerarquía que el sarpullido.
       El entierro fue estupendo, todavía la gente comenta la entereza de la familia. —No somos nada —dijo un pariente mirando el cajón vacío...
   Entonces me quedé solo, a veces la extraño a Felisa, ¡pensar que ahora tendría mi misma edad! ¡cómo pasa el tiempo! Me parece que era ayer cuando iba al colegio, todavía me acuerdo de la maestra de mis primeras letras: me enseñó hasta la “E”, después tuve mala suerte porque me quedé laico en\in colegio libre, digo que quedé libre en un colegio laico, era un buen colegio,
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teníamos gimnasia sueca me acuerdo, pero sueca de las de antes, toda vestida, casada con un tipo que se llamaba Olaf de nombre, pero de apellido no se llamaba Konquiénhabloff. Yo era un alumno brillante, ¡pero tenía mala suerte! Me acuerdo de una vez en un examen de historia...

Mientras habla se ha vuelto a parar y camina un poco hasta detenerse frente al ventanal. La parte de éste que da detrás del Juez va perdiendo su color cielo y se transforma en una pared con un pizarrón y un retrato de Sarmiento. El juez con peluca que hasta ese momento no ha hablado una palabra, gira sobre un banquito y ahí nos damos cuenta que había estado siempre de espalda (con una máscara en la nuca y la toga disimulando los brazos).

El Defensor y el Fiscal como por casualidad han quedado parados uno a cada lado a los costados del Juez, y al apoyar los codos sobre el escritorio dan la impresión de una mesa examinadora, pues ha aparecido también un bolillero. El profesor del centro (cuya parte de atrás es el juez) preside la mesa. Este cambio de ambiente tiene que

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hacerse casi simultáneo sin apagones ni nada que indique una división, de manera que el personaje pueda seguir su papel sin interrumpir su ritmo. El profesor dice:

PROFESOR. — ¿Nombre?
FELIPE. — ¿Quién, yo?
PROFESOR. — ¡No, yo!
FELIPE. — Profesor Pestalozzi.
PROFESOR. — Saque bolilla... Felipe saca dos bolillas.
PROFESOR. — ¿Qué sacó?
FELIPE. — La seis y la nueve.
PROFESOR . — Hábleme de la nueve.
FELIPE. — ¿De la nueve?
PROFESOR . — Sí, la nueve.
FELIPE. — Saqué la seis también.
PROFESOR. — Ya lo sé, pero quiero que me hable de la bolilla nueve.
FELIPE . — La nueve.
PROFESOR. —Sí, la nueve.
FELIPE. (Mirando la bolilla, titubeando inseguro.) — Bien, la bolilla nueve es una esfera pequeña de madera
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cuyo diámetro no pasa de dos centímetros; es de color claro y tiene escrito en su superficie un número nueve, si la damos vuelta ese nueve podría pasar por un seis, y en la bolilla seis el primer tema son los Caldeos (hablando ligero). Los Caldeos eran un pueblo que habitaba la región comprendida entre los ríos Tigris y Eufrates, a diferencia de los Asirios...
   El profesor tose y Felipe vuelve a hablar sobre la bolilla nueve con aire titubeante...
    Pero si un observador atento la observa bien, notará que debajo del nueve hay un punto, precisamente para acreditar su condición de tal. Esta bolilla, al igual que sus compañeras, se utiliza para los exámenes, hay muchas con distintos números, está la bolilla cuatro, la bolilla once, la bolilla catorce, la bolilla seis, cuyo primer tema son los Caldeos (hablando ligero) los Caldeos eran un pueblo que habitaba la región comprendida entre los ríos Tigris y Eufrates, a diferencia de los Asirios...
PROFESOR. (Benevolente.) — Bien,
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bien, hábleme de los Caldeos.
FELIPE. — Los Caldeos eran un pueblo que habitaba la región comprendida entre los ríos Tigris y Eufrates a diferencia de los Asirios. .. a diferencia de los Asirios. . . no sé más.
PROFESOR. (Suspirando.) — Pasemos a otro tema. Hábleme del Delfín de Francia.
FELPE.-Del Delfín.
PROFESOR. — Del Delfín. ¿Sabe a quién me refiero, no? Al hijo de María Antonieta y Luis XVI.
FELIPE. — Ah, ése. Bueno, estando María Antonieta en los aposentos reales con Luis XVI la noche de su boda, éste se le acercó y le dijo insinuante: éste es el principio Delfín. Pero ella no se inmutó porque era muy tranquila, aunque dicen que después perdió la cabeza, pero vaya uno a saber si eso es cierto, y entonces. . . y entonces... y entonces... y pasaron muchas cosas y después vino Napoleón que nació en Córcega y por eso en carnaval miraba el corso en un espejo. Algunos historiadores lo comparan/con Julio César, ese emperador romano que vi
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vio muy inteligentemente pero fue muerto por Bruto, y otros con Atila, el que inventó el número un millón ciento once mil ciento once el día que vio desfilar a sus soldados y dijo Eureka, aunque ése creo que era Arquímedes, que también dijo: “todo cuerpo sumergido en un líquido sale todo mojado”, pero no nos vayamos del tema, volvamos a Napoleón. Napoleón conquistó toda Europa y a María Waleska pero menos, durante toda su vida estuvo ocupado en. . . aunque no, el que estaba ocupado era Bell cuando inventó el teléfono.
PROFESOR. — Usted está abusando de mi paciencia.
FELIPE. (Con un hilo de voz.) —Se me fue la mano como a Cervantes en Lepanto.

Pero esto último lo dice después que el Defensor y el Fiscal se retiran de la mesa. Luego, mientras en el ventanal del fondo desaparecen el pizarrón y el cuadro de Sarmiento, el profesor se da vuelta en su banquito volviendo a ser el Juez. Felipe continua en el mismo tono:
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FELIPE. — Me aplazaron, fue muy triste, mi padre nunca pudo sobrevivir  al deshonor, y la hizo suicidar a mi madre. —Yo estoy muy ocupado argumentó—. Matate vos que no tenes nada que hacer. —Todavía recuerdo la dulce sonrisa de mi madre mientras tomaba las pastillas de estricnina, y a mi buen padre diciéndole: No tomes demasiado que te puede hacer mal, discúlpame que no me quede hasta el final, pero se me hace tarde, ¿oíste?, ¿che, oíste?, ¿che, che, oíste? podrías contestar por lo menos.
FISCAL. (Indignado.) — ¡Pero su padre es un asesino! ¡Esto es una barbaridad! ¿dónde está su padre?
FELIPE. — Murió.
FISCAL. (Bajando la cabeza.) — Entonces está fuera del alcance de la justicia de los hombres.
FELIPE. (Con aire ausente.) — ¿Cómo?
FISCAL. — Digo que si murió...
FELIPE, (Alarmado.) — ¿Murió papá?
FISCAL. — Pero usted acaba de decirlo.
FELIPE. — Perdón, es que tengo tan
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mala memoria, en eso salgo a papá.

Mientras hablan. Felipe ha caminado hasta quedar junto al ventanal En éste aparece un silueta lejana de la torre Eiffel y la perspectiva de una calle parisiense. Simultáneamente Felipe está diciendo:
Siempre fue así, me acuerdo una vez en París que vi un hombre que caminaba hacia mí y yo pensé: este tipo debe ser sudamericano, entonces lo paro y le pregunto: —Perdón, señor, ¿el señor es sudamericano? Un hombre ha aparecido y contesta a Felipe.
HOMBRE. — Sí. ¿Cómo se dio cuenta?
FELIPE. — No sé, tiene un aire, casi diría que argentino.
HOMBRE. — Precisamente soy argentino.
FELIPE . — Yo también.
HOMBRE. — Bueno, qué sorpresa.
FELIPE. — ¿Y de qué parte de la Argentina?, seré curioso.
HOMBRE . — De Buenos Aires.

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FELIPE — Pero yo también. ¿De la capital o la provincia?
HOMBRE. — De la capital.
FELIPE. — Yo también.
HOMBRE. — ¿De qué barrio?
FELIPE. — Barrio Norte.
HOMBRE. — Yo también.
FELIPE. — ¿En qué calle?
HOMBRE. —Juncal.
FELIPE. — Mire qué casualidad, yo también.
HOMBRE. — ¿A qué altura?
. FELIPE. — Al novecientos.
HOMBRE. — Pero mire lo que son las cosas, yo también, ¿qué número?
FELIPE. — Novecientos cincuenta y seis.
HOMBRE. — No puede ser.
FELIPE. — Sí, novecientos cincuenta y seis.
HOMBRE. — Pero parece cosa de brujos, yo también.
FELIPE. — ¿Y en qué piso vive usted?
HOMBRE. — Segundo.
FELIPE. — ¿Segundo?
HOMBRE . — Sí, segundo.
FELIPE. — Yo también. ¿A la talle o al fondo?
HOMBRE . — A la calle.
FELIPE. — Yo también.
HOMBRE. — ¿Pero cuál es su apellido?
FELIPE. —Metileno.
HOMBRE. — Yo también, ¿y su nombre?
FELIPE. —Felipe.
HOMBRE. — Yo también.
FELIPE.— ¡ ¡Papá!!
HOMBRE.— ¡ ¡Hijo!!
FELIPE . — Te creía durmiendo en el hotel.

HOMBRE. — Bueno, me iba a acostar y me puse a buscar el pijama, abrí la puerta del placard y acá estoy.

FELIPE . — Es que esto no es el placard, papá. La puerta del placard estaba pintada de verde, ¿no te acordás?
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HOMBRE.. — Sí, claro, es que tengo tan mala memoria.
FELIPE . — Yo también.
HOMBRE. — ¿Vos también tenes mala
memoria?
FELIPE . — Sí, cuando me acuerdo.
HOMBRE. — ¿Y cuando no te acordás?
FELIPE. — Entonces tengo una memoria buenísima, me acuerdo de cualquier cosa, una vez en Buenos Aires por ejemplo.
HOMBRE. — ¿El señor es de Buenos Aires?
FELIPE. —Sí.
HOMBRE. — Mire qué casualidad, yo también y seré curioso, ¿de la capital o la provincia?...

   La torre Eiffel se va esfumando, el cielo vuelve a su color habitual y Felipe, que ha terminado el diálogo con su padre caminando hacia un costado deja que él desaparezca quedando en su posición habitual junto al ventanal, sigue hablando con su mismo tono:
FELIPE . — Papá era así pero era muy buen padre con totyo, siempre preo-
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cupado por mí, me acuerdo que me decía: Lo único realmente importante, hijo, es que nunca seas huérfano. Muy de los Metilenos esa forma de pensar, igual que mi tía Ernestina (al Defensor). ¿Usted no la conoció?
DEFENSOR. — ¿Quién, yo?
FELIPE.—Sí, usted.
DEFENSOR . — No, no, cómo la voy a conocer.
FELIPE. — Ya perdió su oportunidad, porque murió hace unos días, la velaron en el zoológico.
DEFENSOR. — ¿En el zoológico?
FELIPE. — Sí, en el zoológico.

  Esta última parte del diálogo se desarrolla junto al ventanal de donde no se ha alejado Felipe, y vemos que empieza a aparecer la silueta de un elefante y la baranda de su jaula, se oyen los bramidos de las fieras, un guardián del zoológico se acerca a Felipe y se saca la gorra  respetuosamente mientras le dice:

GUARDIAN. — Me he enterado, señor... No somos nada.

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FELIPE. — Usted no será, pero yo soy sobrino.
GUARDIAN. — ¿De qué murió?
FELIPE. — Pie plano.
GUARDIAN. — ¿Pie plano?
FELIPE. — Sí, la pisó un elefante.
GUARDIAN.— ¡Un elefante acá!
FELIPE. — No, fue en África.
GUARDIAN. — ¿Y el cadáver lo mandaron de África?
FELIPE . — Bueno, el cadáver lo que se dice el cadáver, no, mandaron el elefante porque el muy bestia después de pisarla se la comió.
GUARDIAN . — Si los elefantes no comen carne.
FELIPE. — Bueno, en materia de carne mi tía tenía poca, era puro espíritu como solía decir.
GUARDIAN. (Señalando.) — ¿Fue ése?
FELIPE.-Sí.
Toma unas flores del suelo y se las ofrece al elefante mientras dice:
No las quiere. . . claro... ano-

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che estuvimos de velorio, ya se ha comido cuatro coronas con cintitas y todo, cinco ramos de calas con las tarjetas y una canasta con flores artificiales y dos de las velas (mirando al elefante con emoción). Murió como había vivido, en el anonimato (suspira hondo). Parece dormida (suspira hondo). Para mí es como si estuviese viva, nunca la pude ver.

En eso se oye un bramido más fuerte que los o tros y el guardián comenta:

GUARDIAN . — Parece nervioso, algo le debe haber caído mal.
FELIPE. (Indignado.) — No le permito, mi tía caía bien en cualquier parte. Se la recibía con los brazos abiertos.
GUARDIAN. (Irónico.) — Y a veces también la boca.

Esta última parte se desarrolla mientras el elefante se va diluyendo, y las últimas palabras del guardián se oyen casi en off Felipe sigue hablando junto al ventanal.

FELIPE. — La herencia que me dejó no fue gran cosa, me acuerdo cuando el escribano nos leyó el testamento se acordó de todo: —“A mi fiel servi-
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dor Joaquín que ha estado a mi servicios más de veinte años, una casa, a mi cocinera Adela que tantas cosas ricas me ha cocinado, unas acciones. A mi jardinero Ciprián que tanto le gustan las plantas, una quinta, a mi sobrino Felipe que siempre le ha interesado La Plata, un boleto de ida de Constitución a La Plata en segunda. “No es que me importe ni mucho menos, yo estoy por encima de esas cosas, yo aunque tuviese mil millones no cambiaría, seguiría sencillo, no como otros que apenas tienen
plata ni lo saludan. Yo conozco uno que antes no tenía nada, no tenía dónde caerse muerto, no tenía qué ponerse, nunca comía ni nada, en cambio ahora está bien gordo, bien abrigado, siempre lo veo por Plaza Francia echado para atrás en un coche con una mujer. La mujer va atrás empujando el coche porque es la niñera, él es chiquito, nació el mes pasado. ¡Yo le tengo una rabia! Hablando de rabia, saben a quién le tuve un poquito de rabia, a Eloísa, una novia que tuve, me acuerdo que una vez va y me dice:
Qué.
No dije nada —Índigo.

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Qué —me insiste.
Pero no dije nada, mi amor —le digo.
Qué vuelve a insistir.
¡ ¡Pero no te digo que no dije nada!!
Que. .. que... que. .. querido me dijo —pero ya era tarde, fueron las últimas palabras de Eloísa mi novia tartamuda, porque levanté el piano en ese momento de debilidad y se lo tiré por la cabeza.
FISCAL. (Indignado.) — ¿Cómo, qué dice, la mató? ¡Eso es un asesinato, qué debilidad ni ocho cuartos!
FELIPE. — Ocho cuartos, living comedor, dependencias de servicio, una pichincha.
FISCAL. — ¿Qué dice?
FELIPE. — Perdón, estaba distraído.
FISCAL. — Pero usted es un asesino.
FELIPE. — ¿Quién, yo?
FISCAL. (Furioso.) — ¡ ¡No, yo!!
FELIPE. — ¿Usted? pero qué barbaridad, las malas compañías seguramente. . . ustedes los fiscales andan mucho con asesinos y gente así, no
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tendrían que salir tanto, ya me decía mi tía. . .
FISCAL. — Que tía ni ocho cuartos.
FELIPE. — Ocho cuartos, living, comedor, dependencias de servicio, una  pichincha, una verdadera pichincha, ¡ah!, y portero eléctrico. . . bueno eléctrico, loque se dice eléctrico no, pero si usted una noche olvida la llave no tiene más que gritarle a Jacinto para que Jacinto prenda la luz. Una monada Jacinto, después al día siguiente más que seguro le dice: —No fue nada señor, para eso está uno, no es ninguna molestia, no faltaba más, cualquier cosa que necesite estoy a su disposición: abrirle la puerta a las tres de la mañana, ser testigo de casamiento de su mamá, cualquier cosa.
FISCAL. — ¡No cambie de tema! ¡Usted es un asesino! (interrumpiéndolo) y no me diga, ¿quién, yo?

FELIPE. — Sí, usted. Ya me lo dijo, pero no hay que ser así, no hay que

hablar de uno todo el tiempo, es feo, queda mal, mire, yo antes era un poco así pero la vida me enseñó.
FISCAL. — Qué vida ni qué ocho cuar-
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tos (interrumpiéndolo) y no me venga con eso de living, comedor, dependencias de servicio (la indignación  le impide hablar, extiende su  índice frente a Felipe y le dice):
Asesino Consuetudinario.
FELIPE. (Estrechando la mano.) —Mucho gusto, Felipe Azul de Metileno. (Haciendo memoria) yo conocía un Consuetudinario, ustedes no son de...
FISCAL. — No le permito a usted, lo voy a meter en la cárcel y voy a pedir sus antecedentes, no me extrañaría que tenga otras cuentas con la justicia.
FELIPE . — Ah, no, eso no, por ese lado puede estar tranquilo, puede preguntarle a cualquiera.
FISCAL. (Irónico.) — A su novia Eloísa por ejemplo.

FELIPE. — No, a ésa no, pero a cualquier otro, yo he trabajado en muchos lados, tengo buenos informes, aunque mucha suerte no tenía, me acuerdo cuando vendía jarros en Harrods.

Esto último se ha dicho mientras el 
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ventanal se va oscureciendo y queda convertido en una pared con estanterías dando la impresión,la pared que da la calle, de un comercio, pues una puerta se abre y aparece un cliente con pipa y aspecto de extranjero. Casi simultáneamente el juez cuya nuca tiene la careta, se da vuelta en su banquito
y sobre su escritorio ha aparecido una caja registradora. Tiene aire de gerente de una casa de comercio, y aprieta uno o dos botones oyéndose el ruido característico. Después levanta la cabeza y ve al cliente mirando al ventanal y le dice a Felipe:
GERENTE. — Atienda al señor.
FELIPE. (Acercándose al cliente.) —¿Señor?
CLIENTE. — Mí ser inglés, mí no hablar muy bien.

FELIPE . — No se preocupe señor, el inglés no tiene secretos para mí, ya lo dijo Churchill: “sólo tengo para ofreceros sangre, sudor y lágrimas”.

CLIENTE . — Qué lástima, yo quería un jarro. El cliente se va y el gerente furioso le dice desde la caja:
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GteRENTE. (Furioso.) — Se ha perdido una venta por idiota, ¿me puede decir qué es lo que tiene usted en la cabeza?

FELIPE. — Sí, como no: Un frontal, un occipital, dos parietales, dos temporales, un...

 Se interrumpe porque entra por la puerta una dienta y Felipe se acerca a atenderla; antes que ésta pueda abrir la boca Felipe le dice con gran desesperación del gerente:

Señora, ¿a usted le interesaría comprar la Colección completa del Espasa, cincuenta volúmenes encuadernados en cuero de Rusia por once pesos con ochenta?
SEÑORA. — Pero es que...
FELIPE. — ¿O preferiría tal vez un piano de cola por ciento cuarenta pesos?
SEÑORA. — ¿Pero ustedes venden a ese precio?
FELIPE. — No, señora, en absoluto, pero tenemos aspiradoras.

SEÑORA. (Cohibida.) — Bueno, precisamente yo andaba buscando...

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Detrás del escritorio donde está el gerente, Felipe saca una aspiradora y se la muestra a la señora. .

FELIPE. — ¿Ve ese botón?
SEÑORA. — ¿Cuál?
FELIPE. (Señalando el botón de su saco.)— Este.
SEÑORA. (Desconcertada.) — Sí.
FELIPE. — ¿Usted cómo cose los botones?
SEÑORA. (Desconcertadísima.) — Y yo... con...
FELIPE. (Suficiente.) —No, no señora, los botones hay que cocerlos con poca agua y una pizca de sal y poco tiempo para que no se pierdan las vitaminas.

La mujer va retrocediendo asustada y el gerente le grita a Felipe:

GteRENTE. — ¡Está despedido!
Y se da vuelta en su banquito volviendo a ser el Juez. Desaparece la caja registradora y el ventanal vuelve a adquirir el color cielo. Casi simultáneo Felipe continúa:

FELIPE. — Y me despidieron, entonces
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pensé: mejor me fui al campo porque acá en la ciudad si uno no está acomodado. ..

Mientras dice esto el ventanal se va transformando, se ve la silueta de un molino, algún galpón y se oyen ruidos de campo: mugidos de vaca, cacareos de gallinas, etc. El juez se vuelve a dar vuelta y por primera vez lo vemos parado, tiene botas y bombachas y la toga puede parecer un poncho, se apoya en típica posición de hombre de campo sobre algo y Felipe, que se le ha acercado, le dice:
FELIPE . — Buenas y santas patrón.
ESTANCIERO. - Helio.
FELIPE. — Ando buscando trabajo, patrón.
ESTANCIERO . — ¿Y qué sabe hacer?

FELIPE. — De todo, me faltan veintidós materias para recibirme de Ingeniero Agrónomo.

ESTANCIERO . — ¿Veintidós?
FELIPE. — Bueno, sin contar las del examen de ingreso, con las del ingreso serían veintinueve.
ESTANCIERO . — ¿Veintinueve?
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FELIPE. — Bueno, sin contar las del bachillerato, con las del bachillerato serían cuarenta y seis.
ESTANCIERO . — ¿Cuarenta y seis?
FELIPE . — Sí, por eso no voy a retirar el título.
ESTANCIERO — ¿Y usted ha trabajado en el campo?
FELIPE. — Sí, pero sin mucha suerte, trabajé de espantapájaros un tiempo, cobraba cincuenta pesos por día sin muecas, con muecas setenta, con muecas y agitando los brazos y haciendo buuu, cien. Eso fue lo que me mató, porque empecé a ganar plata, entonces me fui comprando ropa y al final estaba tan paquete, que los pájaros no se asustaban ni medio. La riqueza fue mi perdición. Por eso me he hecho domador.
ESTANCIERO. — Precisamente andaba buscando un domador para ese potro.
FELIPE. (Mirando.) — ¿Ese? Vaya tranquilo patrón, se lo voy a dejar tan mansito que usted no va a poder creer, ¿cómo le gusta, blando de boca?
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ESTANCIERO. —Y, sí.
FELIPE. — El último potro que domé lo dejé tan blando de boca que en vez de freno le tuve que poner un flan para no lastimarlo.
ESTANCIERO. — Bueno, se lo dejo.
FELIPE. — Vaya tranquilo.

El estanciero se va y Felipe se acerca adonde se supone que está el potro, se oye un relincho fortísimo y Felipe retrocede asustado, trata de acercarse nuevamente y sucede lo mismo, entonces toma de algún lado una escopeta y dispara contra el potro, después se produce un silencio y Felipe mira al suelo donde se supone que ha caído, casi de inmediato vuelve el patrón alarmadísimo.

ESTANCIERO . — ¿No oyó un tiro?
FELIPE . — Sí, señor.
ESTANCIERO. (El estanciero mira el corral y dice horrorizado.) —.¿ Y esto?
FELIPE . — Está... dormido.
ESTANCIERO.¿Dormido? (Con desconfianza.) ¿Está seguro que es domador?
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FELIPE. — ¿Domador?
ESTANCIERO. - Usted dijo que era domador.
FELIPE. —¿Domador, le dije?, pero qué cabeza la mía, siempre me confundo, cazador quise decir.

El hombre saca un cuchillo y se va acercando a Felipe que retrocede y le dice:

Si me hace algo voy a la Rural y cuento.

ESTANCIERO. - ¿Cuenta qué?
FELIPE. — Lo de su mujer.
ESTANCIERO. (Alarmado.) - ¿Có. . . có.. . cómo lo supo?
FELIPE . — Je - je.
ESTANCIERO. (Recapacitando.) — ¿Pero de qué mujer me habla si soy soltero?
FELIPE. — Yo también, de nacimiento, es una enfermedad de la familia, todos los Metilenos nacemos solteros.’
ESTANCIERO. (Irónico.) - Su mamá estoy seguro. . .
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FELIPE. — Sí, y se casó con papá que también era soltero, así que se imagina lo soltero que salí yo.

En el ventanal el molino desaparece y el estanciero se ha sentado y gira en el banquito convirtiéndose nuevamente en juez. Felipe está diciendo:

No me pudo alcanzar, creo que fue porque una espuela se le quedó en llanta o algo así, pero yo me volví a la ciudad y me fui a ver a un amigo y le dije: —Che, quiero seir artista, conseguime trabajo en algún canal —el tipo se quedó mirándome un rato y después dijo—: Bueno — y me dio una recomendación para un señor muy importante, millonario seguro, porque tenía una casa enorme y en la entrada un cartel que decía:
“Dirección de Puertos”, se equivocaron, seguro, quisieron poner puertas, imagínese cómo sería de grande la casa que tenían que indicar la dirección de las puertas. El hombre me atendió muy bien y me dijo que él también había empezado de abajo, yo estaba dispuesto a empezar de abajo, pero no tanto, porque apenas llegué adonde me mandó me pusieron una escafandra.
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Mientras dice estas palabras el ventanal se ha transformado en un muelle en donde un hombre le pone a Felipe una escafandra y le dice:

HOMBRE. — Baje al fondo del canal.
FELIPE. (Señalando.) — ¿Pero ahí hay que filmar?
En ese momento aparece un chino con una planilla y una lapicera y le dice a Felipe:
CHINO. — No, filme acá.
FELIPE. (Mientras firma lee.) — Habiendo escaleras, el gobierno no se responsabiliza por cualquier accidente que pudiese acarrear el uso del ascensor. ¿Qué ascensor?
HOMBRE. — Ascensor no hay porque no nos alcanzaba el presupuesto, pero tenemos un censor, es ése. El chino se va y entra un hombre apurado y se presenta.
CENSOR . — Catón, mucho gusto.
FELIPE. (Dándole la mano.) — Felipe Azul de Metileno.
CENSOR. — Cuando no hay censos yo trabajo acá, soy el encargado
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de empujar los buzos al agua.
FELIPE. —Aja.
CENSOR. (Señalando.) — No, allá, y también soy el encargado de bombear el aire.
FELIPE. — Oiga, no se vaya a olvidar de bombear, ¿eh?

Mientras habla, el censor le conecta el caño de goma en la escafandra y empieza a bombear.

CENSOR. — Vaya tranquilo, hasta las doce puede estar tranquilo.
FELIPE. - ¿Y después?
CENSOR . — Después empieza la huelga, hacemos trabajo a desgano, así que le conviene respirar bastante antes de las doce.
FELIPE. — Bueno, algo es algo, pero en serio no se vaya a olvidar de bombear.
CENSOR. — No, le juro que no, vaya tranquilo, para no olvidarme voy a hacer un nudo en esta manguera.

Hace un nudo en la manguera de la escafandra de Felipe y éste se empieza a ahogar, se toma la garganta y hace
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gestos aparatosos, y vemos que el Fiscal sin poder ya aguantar más se precipita sobre Felipe y lo empieza a estrangular. Simultáneamente la escafandra se le sale, quedando colgada del tubo
de goma. Todo esto es retirado por el censor que desaparece junto con las siluetas del muelle y aparato de bombear.  Quedamos entonces nuevamente en el juzgado con el Fiscal estrangulando a Felipe mientras dice:
FISCAL. (Histérico.)¡Basta! ¡Basta! No aguanto más. Este hombre es un asesino, un cínico y alevoso asesino, un ladrón, un estafador, un hombre que ni merece la atención de la justicia.

El Defensor trata de separarlos y cuando lo consigue le dice:

DEFENSOR. — Cálmese, cálmese, señor Fiscal.
FISCAL. (Histérico.) — ¡Cómo me voy a calmar, esto no tiene nombre!
FELIPE. — ¿Quién, yo?
FISCAL. — Óigalo, óigalo, todavía se permite decir quién yo.
FELIPE. — ¿Quién, yo?
FISCAL. — Sí usted, usted dijo quién yo, ¿lo dijo o no lo dijo? y no me vuelva a decir quién yo, me entendió (gritando). ¿Me entendió?
DEFENSOR. (Sobresaltado.) — ¿Quién yo? Ah, no, perdón, me distraje.
FISCAL. (Enojado con el Defensor.) — Sí, lo he notado.
DEFENSOR . — En eso salgo a mi padre, en la familia.. .
FISCAL. (Todavía histérico.) — Qué familia ni qué ocho cuartos. (Más histérico) y no me venga con eso de ocho cuartos, living comedor, dependencias de servicio.
DEFENSOR. — Cálmese, cálmese.
FISCAL. — ¿Quién, yo? ¿Yo me tengo que calmar?, que se calme ese asesino, que se calme para siempre en una cárcel. . . Porque esto ya calma la medida. . . digo colma lo medido. .. digo colma la medida...
FELIPE. — Es el colmo.
FISCAL.— ¡¡¡Colma!!!
FELIPE. — ¿”Es el colma"? Siempre creí que se decía: "Es el colmo".
FELIPE. — No pierda la colmo.
FISCAL. — Quién pierde la colmo. . .¡¡¡digo la calma!!!
FELIPE. — Se dice colmo.
FISCAL. — No se dice colmo, se dice calma y ¡basta de pavadas!, me niego a dialogar con el acusado, yo estoy hablando a los miembros de este jurado, a los hombres y las mujeres que forman este honorable jurado y que representan la voluntad de una mayoría, la gran platea del mundo que nos mira, que contempla nuestros esfuerzos en defensa del orden, de la lógica y de la moral Señores del Jurado, el hombre sentado en el banquillo de los acusados no es un simple delincuente, es mucho más que eso, es el caos, es la locura, es el libre albedrío desatado...
FELIPE. — ¿Cómo dijo?
FISCAL. — Es el libre albedrío desatado
FELIPE.---  Ya sé que estoy libre y desatado, pero lo de albedrío, me llamo Felipe.
FISCAL. — Ya sé que se llama Felipe (continuando), es el libre Albelipe desatado. .. ¡qué estoy diciendo, es el libre Felidrio desatado, es el libre albedrío desatado!
FELIPE. — No se ponga nervioso; nosotros lo entendemos, cólmese, cólmese, ¿por qué no se sienta un poco?, va a estar más cómodo.

Mientras dice esto se ha levantado del banquillo y ¿I Fiscal todavía nerviosísimo
hace ademán de sentarse, pero se da cuenta a tiempo y se aparta indignado.

FISCAL. — Gra. .. ¡ ¡Noooü, yo no me siento ahí, ése es su asiento no el mío, yo no soy un delincuente, yo cumplo con las leyes y no ando por ahí asesinando, yo no soy un cínico, yo no cuento cuentitos de mi familia y de mi pasado, yo no pongo cara de inocente mientras cuento los crímenes más espantosos.
FELIPE. — Mi madrina pensaba igual que usted, siempre me decía: Mira, Felipe, no hables tanto, las cosas lindas no hay que mostrarlas.
FISCAL. — Su madrina sería igual que  usted, pero por suerte no todos pensamos así, la parte sana de la humanidad no tiene nada que ocultar, va con la frente alta hacia su destino, no tiene vergüenza de sus actos, porque sus actos son dictados por su  conciencia.
FELIPE. — Claro hombre, muy bien dicho, yo siempre le decía a Lulú: ¿Qué te importa que nos vean?, y ella siempre me decía: No, acá no, que hay mucha luz.
FISCAL . — No tiene nada que ver, eso es un problema de pudor, es otra cosa.
FELIPE. — Ah.
FISCAL. — Ve . . .
FELIPE. —Ce.'..
FISCAL. (Continuando la palabra interrumpida.) — Veamos ahora, señores del Jurado, las pruebas de la total desaprensión de este individuo, veamos su idiosincrasia, veamos el profundo desapego por la humanidad que anida en su alma. Este hombre está demostrando con sus palabras su carencia total de sentimientos de convivencia, ignora el amor que el hombre debe a sus semejantes, ignora el mandato de amor de nuestra civilización cristiana.
FELIPE. —¿Ah, sí?
FISCAL. —Así es.
FELIPE. — ¿Es así?. . . desde ser pariente de unos Así que yo conozco, descienden de San Francisco pero se comieron la "S" de puro reos que son... pero mire lo que son las cosas, nunca pensé... ¿cómo dijo?, ¿"mandato de amor"?, está bastante bien eso, ahora me doy cuenta que hice mal en matar a Lulú.
FISCAL. — ¿Cómo? ¿Qué?, ¡a quién más mató!
FELIPE. — A Lulú. A Lulú, ¿no la ubica?, sí, hombre, la chica ésa. . . era una buena chica, se acuerda de esa foto que salió no sé dónde. . . que estaba descalza pero no descalza de los pies solos, sino descalza toda... no tenía nada que ocultar.

Mientras habla se ha parado frente al ventanal y vemos a éste ir transformándose
en una típica pared de bou-
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doir rococó. La secretaria llevará bajo el delantal negro un deshabillé, en el escritorio habrá dos clavitos donde ésta enganchará las mangas del delantal que desprendido atrás saldrá fácilmente, se cambiará los zapatos debajo del escritorio por unas sandalias sin talón y taco alto. Sacará un gran espejo de mano, se pondrá polvos aparatosamente.
Felipe está diciendo mientras se produce este cambio:

Una vez llegué de París y fui a su casa sin avisar, entré despacito para darle una sorpresa y le tapé los ojos mientras le decía: Le tapa los ojos a la secretaria y le dice:
FELIPE. — ¿Adivina quién soy?
LULU . — Pedro.
FELIPE. — Frío, frío.
LULU . — Eduardo.
FELIPE. — Frío, frío.
LULU. —Joaquín.
FELIPE. —Frío, frío.
LULU. — Carlos.
FELIPE. (Celoso.) — ¿Qué Carlos?
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LULU. — ¿Qué sé yo qué Carlos?, el del pijama celeste.
FELIPE. (Aliviado.) — Ah. . . Bueno, te das por vencida, perdiste, ¿eh? (abre los brazos y le dice): Soy yo . .
LULU. (Indiferente.) — Ah, vos, ¿qué me trajiste?
FELIPE. — ¿Cómo qué me trajiste? Te traje mi amor, vengo de París.
LULU . — Y de París, ¿qué me trajiste?
FELIPE. — Compré un mate y dos discos de Gardel, pero me los sacaron en la aduana. Fue una lástima porque me salieron bastante caros. ¡Son de brutos estos franceses!, les llevé de Buenos Aires una partida de perfume francés pensando que si ellos lo fabrican será porque les gusta y me querían pagar menos de lo que me costaron acá.

Mientras habla sale del cuarto un señor muy paquete. Felipe sigue hablando desconcertado y el hombre aclara:

SEÑOR, — Soy el plomero.
FELIPE. (Aliviado.) — Ah, ¿cuánto le debo?
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SeÑOR. — Mil pesos. Adiós, Lulú (ya en la puerta), así da gusto.
LULU. — Adiós, no te pierdas.
FELIPE. — No tenes que tutear a los obreros, no hay que darles confianza y menos a éste, que es un carero. ¿Para qué lo llamaste?
LULU. — Por las canillas.
FELIPE. — ¿Qué tenían las canillas?
LULU. — Una tenía escrito una C y la otra una F, lo llamé para que me las tradujera; yo no sé leer en canillas.
FELIPE. — Pero ton tita, la C significa caliente y la F fría.
CULU. — Y bueno, uno no puede estar en todas.

En eso suena el teléfono y Lulú se precipita a atender pero Felipe que está más cerca atiende antes.

FELIPE. - Hola. . . sí, ¿y qué sé yo?, pregunte a la Prefectura (corta). Un idiota que quería saber si había moros en la costa (señalando) ¿y esa pulsera?
LULU. — La encontré en la calle.
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FELIPE. — Mira que tenes suerte. ¿Te acordás cuando encontraste el tapado de visón y otra vez encontraste un prendedor, te acordás? En cambio yo, la única vez que encontré algo fue ese calzoncillo que encontré en tu cuarto y me quedaba chico. Hablando de otra cosa, ¿vos me querés?
LULU. —No.
FELIPE. — Entonces te mato.
LULU . — ¿Por qué no te matas vos?
FELIPE. — Bueno.

Saca una botella del bolsillo y hace ademán de tomar.

LULU. —¿Qué es eso?
FELIPE. —Veneno.
LULU. —Mentira.
FELIPE . — Sí, en serio, proba.

Le alcanza la botella, ella prueba y cae muerta sobre la silla. Felipe la mira y le dice:

FELIPE.-¿Viste?

Después levanta el delantal negro y se lo pone mientras dice:
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FELIPE. — Qué Lulú ésta, ni siquiera se pone luto cuando se muere ella.

Le pone el delantal y los anteojos y vuelve a ser la secretaria opaca de siempre
porque en el ventanal se ha diluido la pared y volvemos a estar en el Juzgado mientras Felipe está diciendo:

Fue en defensa propia.
FISCAL. (Furioso.) —¡Cómo defensa propia! Usted la mató  porque ella se negaba a quererlo, ¡qué defensa propia! ¡La defensa propia la va a ejercer este tribunal cuando lo condene  muerte!
FELIPE — ¿Por qué me van a condenar?
FISCAL. — ¡Por atentar contra la ley natural! Por asesinar a un semejante.
FELIPE. — ¿Cómo semejante? ¡Pero si no me quería!
FISCAL. (Indignadísimo.) —Y qué importa que no lo quisiera, usted tampoco la quería, si no, no la hubiese muerto, porque usted no sabe lo que es el amor, no tiene capacidad para amar, usted se cree con derecho a exigir que lo amen.
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FELIPE. — Bueno, eso lo aprendí de mi papá. Papá es así, si uno no lo quiere  lo empuja al fuego y lo quema.
FISCAL. — Ahora veo a quien sale usted, es la lógica consecuencia de un padre así. ¿Quién era su padre?
FELIPE. —Dios.
FISCAL.- ¡¡¡Qué!!!
FELIPE. — Dios. Yo soy hijo de Dios. Papá en el primer mandamiento dijo.
..
FISCAL. (Furioso.) — ¡Usted es un blasfemo! Usted tergiversa todo lo que dice, yo voy a mandarlo a usted a la silla eléctrica, yo voy a pedir al jurado que lo maten, porque usted no merece otra cosa que la muerte, y el jurado no va a tener más consideración que la que tuvo usted con esa chica.
FELIPE. — ¿Y al jurado después lo van a matar? ¿Y después van a matar al que mató al Jurado? ¿Y después al que mató al matador de Jurado? Y después. . . (pensativo) va a ser como la bomba atómica, ¡no va a quedar nadie!
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FISCAL. — ¡ ¡Cállese la boca!!
FELIPE. — Usted sabe, usted me hace acordar a una tía mía que se ponía siempre así. Me acuerdo del día en que lo maté a papá.

Se produce un silencio y el fiscal, cauteloso, se le acerca y le dice en el colmo de la indignación:

FISCAL. — ¿Usted lo mató a su padre?
FELIPE — Sí, a papá. Felipe Azul de Metileno, se llamaba igual que yo.
FISCAL.— ¿¡Por qué lo mató!?
FELIPE. — Porque soy huérfano.
FISCAL. (Estupefacto.) — Pero antes no era.
FELIPE . — ¿No era qué?
FISCAL. — Huérfano.
FELIPE. —No.
FISCAL. - ¿Entonces?
FELIPE. — Entonces ¿qué?
FISCAL. (Increpándolo.) — Usted quedó huérfano después que mató a su padre, ¡no antes!
FELIPE. — No le entiendo, ¿usted dice que primero se muere el padre y después se queda uno huérfano?
FISCAL.— ¡¡Sí!!
FELIPE. — Siempre creí que era al mismo tiempo.
FISCAL. (Desconcertado.) — Bueno... yo.. .
FELIPE. — ¿Usted?
FISCAL. — ¿Quién, yo?
FELIPE. — No diga quién yo todo el tiempo.
FISCAL. —Yo qué...
FELIPE. — Usted que qué.

El Fiscal, aturdidísimo, no sabe bien qué decir y Felipe continúa:

Bueno, si no me interrumpe le sigo contando. Después del trabajo en el campo me volví a la ciudad y me instalé en un escritorio para contestar consultas sentimentales
en una revista que yo fundé que se llamaba "Aquí estamos, amigo pornográfico".

Mientras habla va caminando y po-
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co a poco va adquiriendo aire de empresario. En el ventanal va apareciendo una biblioteca. La secretaria se desprende del delantal convirtiéndose en una preciosa y provocativa secretaria sin anteojos, con pollera muy corta, etc., y que toma notas taquigráficamente.

Tomé una secretaria, puse teléfono, me instalé a todo lujo. Me llegaban cartas a montones.

Mientras habla, Felipe que estaba sentado en el medio del  escenario, continúa la transformación de su apariencia.Saca un cigarro, se echa hacia atrás y dicta a su secretaria.
FELIPE. (Dictando.) — A Juan Carlos, de Villa del Parque: Sí, hombre, sí, no lo dude, la seducción de una perra Fox terrier puede producir múltiples satisfacciones, admito que son placeres que no están al alcance de todos, pero no se amilane por tontas diferencias físicas y al cabo usted, para ser Gran Danés no es tan alto. Buena suerte. A Haydée Edith, de Bernal: La posición más cómoda para estas cosas depende mucho del punto de vista personal, yo le aconsejaría, por
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ser la primera vez, que lo haga en una posición natural y cómoda; en cuanto al problema de sus distracciones, no se preocupe demasiado, que para esos menesteres no creo que sea inconveniente, trate de concentrarse y no olvidar: uno arriba y otro abajo y todos los demás consejos que le di anteriormente. Yo sigo pensando que el punto Santa Clara es el más indicado, ahora eso sí, en lo sucesivo, le vuelvo a recordar que no se distraiga, dirija su correspondencia a la revista "Tejidos". A Cipriano López, presidente del Sindicato de Soderos: No, absolutamente no, el Intendente calificó de inmoral "El reposo del guerrero" y en ninguna forma se refirió al descanso del benemérito gremio de fabricantes de soda. A seguir trabajando, amigo López, no olvide que la soda es el champaña del pueblo. A doña Penicilina Escalera de San Martín, de Vieytes: Chalecos de fuerza transparentes hay, pero son un poco caros, en cuanto a la otra pregunta sobre ese joven de patillas largas, siento comunicarte que sus intenciones parecen serias. Paciencia, Penicilina, otra vez será.
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Entre el manojo de papeles saca una quinta carta y dicta en el mismo tono:

—A Director Moralidad de ciudad de Buenos Aires: Quédese tranquilo, Director. Me parece muy acertado su criterio de clausurar la revista  "Aquí estamos, amigo pornográfico", ¡porque la moral es la moral, qué embromar! Yo sugeriría multar
a su Director: Felipe Azul de Metileno...

Ahí se da cuenta que la carta no esuna consulta sino una notificación. Pone cara sería y le dice a la secretaria.

Cambie el cartel de la puerta, ponga "Agente Teatral", despídase, vuelva a emplearse conmigo, y comuníqueme con Lococo.

La secretaria saca un teléfono de algún lado, disco y le alcanza el tubo.

Hola, Lococo. Sí. Habla Felipe Azul de Metileno. Vea Lococo, en vista a la vieja amistad que nos une. . . ¿cómo qué amistad? He comido varias veces en su casa. . .
(apartando el tubo como si el otro gritara) . . .bueno, casa, casa, lo que se dice casa, no, pero en el cine Opera he comido chocolatines varias veces. Yo soy representante de un número vivo extraordinario: El Trío "Los Gabotos", con la famosa cantante Ernestina Gaboto y sus dos hermanos.. . bueno, vieja yo no diría. . . no, no, más de noventa no, y el trío es muy uniforme. . . no, no, los hermanos no cantan, ella es la que canta y los otros dos la sostienen, eso es— va ser un éxito... ah, ¿la conoce? Bueno, algún defectito tenía que tener, nadie es perfecto, sí, no hay duda, mucha voz no tiene,  eso no se lo voy a negar... ¿cómo dice? que del canal nueve le pagan para que cante en el trece así la gente piensa que anda mal el sonido. . . no, no creo, se exagera mucho en estas cosas, pero si no le interesa, tengo otro número que sale tirado de barato, el conjunto folklórico los hermanos "Sombra", mire, es así: cuando se levanta el telón aparece el primer sombra con el Segundo Sombra que es un libro y lo lee fuerte. Hola... Hola... Hola... Se cortó.

La secretaria, en ese momento, está abriendo una carta y se acerca a Felipe y se la alcanza. Este le echa apenas
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una ojeada y le dice a la secretaria:

FELIPE. — Comuníqueme de nuevo con Lococo.

La secretaria disco y le alcanza el teléfono a Felipe, éste dice:
— Hola Lococo, vea acá tengo otro número que me acaba de llegar. . . Sí, es una orquesta, el Director me acaba de escribir (mirando el papel mientras habla), es la orquesta Moralidad de la Ciudad de Buen. .. (recapacitando) ah, no, es el Director
de Moralidad, dice que fue un error y no me clausuran nada (a Lococo) oiga, no me moleste más quiere, ¿qué cree que soy, un agente teatral? Yo soy periodista. (A la secretaria, despacio.) Cambie el cartel (A Lococo.) Sí, periodista, soy el Director de la conocida revista "Aquí estamos, amigo pornográfico" (a la secretaría), despídase y se vuelve a tomar. (A Lococo.) No puedo perder mucho tiempo con usted, soy un hombre ocupado, soy un periodista, buenas tardes. (Corta y le dice a la secretaría.) Hay que seguir trabajando. (Sigue leyendo la carta fuerte.) Por lo tanto autorizamos a
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la revista: "Aquí estamos, amigo pornográfico" a continuar saliendo. Artículo tercero, Anúlase el artículo anterior, y encarcélese a su Director por. . . (Indignado a ¡a secretaría.) Esto debe ser culpa suya, qué se cree, mire cómo se viste, mire esa
pollera, mire ese suéter, ¿no le da vergüenza vestirse así?, póngase esto, póngase esto, y llámelo a Lococo.

Le pone el delantal gris o negro, le pone los anteojos y la secretaria se convierte en la opaca secretaria del Juzgado, mientras en el ventanal va desapareciendo la biblioteca quedando el fondo del cielo. Felipe sigue hablando.

Entonces para juntar unos pesos decidí fundar un club de Ricos. Yo fui el primer socio, por lo tanto autor del estatuto que estipulaba en su Artículo primero que la cuota de ingreso fuera de un millón de pesos. El espíritu del club estaba sintetizado en la proclama que decía: "Ricos del Mundo, unios, la hora de la revolución se aproxima. Basta de aceptar la tiranía de los pobres. Muerte a los mendigos. Conservad vuestras riquezas, no os dejéis ten-
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tar por la probreza. Graba en tu corazón nuestra consigna: 'No seas pobre ni por todo el oro del mundo'." Bueno, ese era el espíritu, y yo me quedé esperando que se afiliara  alguno para tener un millón y poder pagarme mi propia cuota, pero no venía nadie. Entonces suavicé un poco los estatutos, porque en estos casos hay que ser realista, y publiqué una serie de consejos para ricos, como por ejemplo:
1) Nunca pises obreros con tu Cadillac, si están muy flacos te pueden estropear las gomas.
2) Nunca digas de este pobre no he de beber, recuerda que algún día puede llegar a ser barman del Jockey.
3) No digas pobres los pobres, es una redundancia sensiblera, recuerda que tú también tienes problemas, a veces tu champaña no está- bien frío o tu caviar está demasiado salado. Bueno, tampoco vino nadie, en-
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tonces fundé un club de pobres y ofrecí el puesto de asesor a un mendigo que conozco, pero el tipo no aceptó porque dijo que los pobres se estaban acabando en el país, porque cuando aparecía un pobre, los ricos le daban tantas limosnas que se hacía rico en seguida, y a un rico quién le iba a dar limosna, y el pobre se moría de hambre. Entonces desilusionado decidí irme del país y me metí en un buque de polizón escondido en uno de los botes salvavidas. Elegí un barco que iba a Dique Seco porque me dije: con el frío que hace para qué me voy a mojar los pies al bajar. Estuve escondido varios días y no me mareé, seguramente hizo un tiempo espléndido porque el buque no se movía nada, un día me animé a asomar la cabeza de debajo de la lona que tapaba el bote y justo, justo habíamos llegado. Esa misma noche me escabullí a tierra y me fui a la ciudad, como no sabía en que país estábamos me puse a buscar la Embajada Argentina, ustedes no me van a creer pero había embajadas de todos los países menos de la Argentina,  entonces. . .
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FISCAL. (Interrumpiéndolo.) — Vea, no nos interesa nada de lo que usted dice.
FELIPE. — ¿Nada?
FISCAL. — Nada.
FELIPE. — No, nadar no nado, pero sé hacer la plancha, la hago de bien, me pongo de espalda y me quedo quieto en el agua, tengo que perfeccionarla eso sí, a ver si consigo hacerla en la superficie, porque en el fondo no sé respirar, con decirle que una vez en Venecia iba caminando y veo pasar una chica, entonces yo que he estudiado en Oxford pero se me nota poco, le dije: —Che, papusa —pero ella seguía caminando, entonces yo que fui a Salamanca, pero no entré, le digo:
—Mira, papusa, como me chamuya el de la zurda, no notas el. . . glub, glub, glub porque habíamos llegado H la esquina y yo crucé, entonces hice la plancha y me sacaron con una grúa del Góndola Club, y me metieron en una carpa de oxígeno, bueno toda de oxígeno no, sólo la parte de adentro, entonces viene un médico a buscar camorra porque de entrada me dice: — Esa cara no me gusta na-
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da—. Yo me enojé, porque uno no esrá Alfredo Alcón, pero no es para tanto, entonces le saqué la lengua. — Esta lengua no me gusta nada — me dice, miren si sería camorrero, entonces yo le dije: — El fin justifica los médicos. — Sí — me dijo—. Son cinco mil liras por la consulta. — ¿Cómo? —le dije—. Bueno, pero nada de fritos, que ese hígado no me gusta nada, y son otras cinco mil liras.
FISCAL. (Furioso.) — Basta, no diga una palabra más, no lo aguanto más. Ya el jurado tiene elementos de sobra para opinar, ya el jurado ha visto la catadura moral de este individuo que pretende disimular sus horribles crímenes con situaciones incoherentes, con hechos absurdos, con palabras y palabras y palabras como si todas las palabras del mundo pudieran justificar un solo crimen. Por eso, señores miembros del jurado, voy a pedir la pena de muerte para el acusado, porque ya lo dijo el gran jurista que fue.. .
FELIPE. — ¿Me permite una palabra?
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FISCAL. — No.
FELIPE. —Gracias, pero esa la tengo. ¿Otra no tiene?
FISCAL. — ¿Otra qué?
FELIPE. — Otra palabra, usted dijo que tenía palabras, palabras y palabras para justificar no sé qué crimen, ¿por qué no me da alguna?
FISCAL. (Indignado.) — Yo no dije eso, yo dije que usted tenía palabras,  palabras y palabras. . .
FELIPE . — ¿Quién, yo?
FISCAL. — ¡¡Noo, yooü!!
FELIPE. — Sí. Eso fue lo que oí, por eso le pedí una palabra de regalo, alguna
palabra grande y linda no como la de esa novia que yo tuve que le faltaba un maxilar, vivía a puré, yo siempre le preguntaba: —¿Me querés? —y ella me constestaba, Shvnigramotohk— que quería decir: —Sí, —y yo insistía: —¿De quién es esa
naricita? —y ella me contestaba: —Trshcmbtreshk —que quería decir tuya. Bueno, así todo hasta que un día se compró un maxilar ortopédico y yo le pregunté: —¿De quién es
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esa boquita? —Mira, che —me dice— una mitad es tuya y la otra recién tengo pagada la primera cuota. Entonces yo que soy muy influenciable le contesté: —Cronchmnsklrtij—que quería decir: me gustabas más antes cuando hablabas como si tuvieras papas en la boca. —Sí, pero puré — me contestó...
FISCAL. (Interrumpiéndolo indignadísimo.) — Ven, ven lo que digo, el acusado pretende escudar su maldad tras una serie de palabras.
FELIPE . — Pido la palabra.
FISCAL. — ¡Déjese de pavadas!
FELIPE. — Pido la palabra, cualquier palabra, una palabra grande, una chica, una esdrújula, o una aguda, déme una, ¿qué le cuesta? Ahí en ese libro (señalando) tienen un montón de palabras, déme la de la tapa aunque sea, esa grande con mayúsculas (inclinando la cabeza para leer.) Co. . . di. . . Código. . . Déme una palabra, le doy mi palabra que necesito una palabra, hace tiempo  que la necesito, desde la época esa en que tenía esa santería, ¿nunca le conté? hacíamos Cristos. Yo siempre le de-
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cía a los empleados: El Cristo hay que hacerlo como el cliente lo pida, hay épocas en que los Cristos los piden de una clase, otras épocas que los piden de otra, si la gente pide un
Cristo con los brazos abiertos, se hace con los brazos abiertos, si la gente pide un Cristo con los brazos cruzados, se hace con los brazos cruzados, si la gente quiere un Cristo con overall se hace un Cristo con overall. Si la gente quiere un Cristo de frac, se hace un Cristo de frac, si la gente quiere un Cristo negro, se hace un Cristo negro, si la gente pide un Cristo loco, se hace un Cristo loco, porque la gente tiene derecho al Cristo que se merece, ¡qué embromar! Me acuerdo que a veces venían los clientes apuradísimos y me decían: "Por favor, quiero un Cristo urgente" y si no se los daba se los hacían ellos mismos, se imagina lo que hacían entonces, ¿no? En ese Cristo metían cualquier cosa, capaz que lo hacían con cosas que necesitaban porque la gente es así. (Al Fiscal.) Como le pasaría a usted si usted mismo se hiciera su propio Cristo. ¿Cómo lo haría?. . .Ya sé, ya sé que si el Cristo que se hace no le
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gusta usted lo destruye y listo, pero no es el caso.
RSCAL. — ¿Pero usted está loco?
FELIPE. —Sí.
FISCAL. (Triunfante.) — ¡Ah! lo reconoce.
FELIPE. — Sí, a veces creo que no soy Dios.
FISCAL. (Desconcertado.) — ¿Cómo a veces creo que no soy Dios?
FELIPE. — ¡Ah! Usted también está un poquito loquito, ah, sí, usted también.
¿Así que a veces cree que no es Dios, eh? ¿y cómo quiere matarme?  entonces si no es Dios, ¿cómo quiere matarme? (haciendo gestos con el dedo.) ¿Así que usted también, eh?
FISCAL. (Con gran furor.) — No le permito, yo pido su muerte porque usted es un monstruo, un asesino, un ladrón, un inmoral, un desequilibrado, un hombre que atenta contra la ley natural, que subvierte los valores.

La escena va adquiriendo tono dramático y después de un largo silencio:

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FELIPE . — ¿Quién, yo?
FISCAL. — Sí, usted (mirando al jurado y señalándolo con energía.) Y todos aquellos que se nieguen a votar por su muerte, todos aquellos que se nieguen a destruir este germen de...
FELIPE. (Mirando la hora.) — ¡Dios! qué tarde es.
FISCAL. — . . .este germen de maldad que anida en el interior de los hombres dispuesto a aflorar bajo los disfraces más variados, para destruir esos emblemas de la moral que son las leyes. Las leyes humanas dictadas por las costumbres y las leyes divinas dictadas por Dios.
FELIPE . — Yo no dicté nada.
FISCAL. —¿Qué dice?
FELIPE. — Que yo no dicté nada.
FISCAL. — Me niego a seguir escuchando a este asesino.
FELIPE. — Ah, eso sí, como asesino soy un asesino, igual que mamá.
FISCAL.-¿Qué?
FELIPE. — Igual que mamá. Mamá sí
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que era asesina, una vez le pregunté: —Mamá, cuando vos me hiciste nacer, ¿sabías que yo iba a morir? —Sí —me contestó—. ¿Y me hiciste nacer igual? —Sí —me contestó—. ¿Y por qué querías que me muriese? En el fondo sos una asesina.  —No fue en el fondo, fue en el dormitorio —me dice y entonces yo le digo...
FISCAL. — ¡¡No nos interesan los problemas con su madre!!
FELIPE. — No, yo decía no más. (Al Fiscal.) ¿Su mamá no es asesina?
FISCAL. (Más furioso.) — ¡¡No le permito!!
FELIPE. — ¡Ah! si no le permite es otra cosa. Yo a la mía debo haberle permitido porque como nacer, nací.
FISCAL. — ¡Pero usted está completamente loco!
FELIPE . — Sí, ya le dije, a veces creo que no soy Dios, entonces no quiero líos, hago lo que hacen todos porque me da miedo pensar distinto que los demás, pero por ahí me acuerdo del catecismo que dice que Dios me hizo a su imagen y seme-
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janza, entonces me digo: por qué le voy a hacer caso a los hombres  cuando deciden quién tiene que morir o quién no. Si yo soy igual a Dios y yo quiero matar a mi abuelita
¿por qué no la voy a matar a ella y no a un señor que no conozco?
FISCAL. (Muy histérico.) — ¡Porque no tiene derecho a matar! Porque si usted cree en Dios tiene que saber que el primer mandamiento de la ley de Dios es: Amar a Dios sobre todas las cosas y...
FELIPE. — Justo, justo lo que decía a mi hermanito, el que matamos, ¿se acuerda?
FISCAL.- ¡¡¡¿Cómo?!!!
FELIPE. — Bueno, mi hermanito es una forma de decir, porque era mucho mayor que yo, era como un padre.
FISCAL. (Con los nervios deshechos.) — ¡¡Qué dice!! ¿Quiénes mataron a quién?
FELIPE. (Señalando al jurado.) — Todos nosotros, usted, yo, todos, no se acuerda, cuando lo matamos en
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los diarios en esa época seguramente decía:

Con voz de diariero:

¡Extra! ¡Extra!, ¡última noticia! ¡La ejecución del loco subversivo! Extra, extra

(haciendo ademán de vendedor de diarios y hablando más' bajo a un comprador imaginario.)

¿No tiene cambio de dié denario, no tiene?
FISCAL. (Agotado, pasándose un pañuelo por la frente.) — ¡Dios mío!
FELIPE.— ¿Qué?
FISCAL. (Ya sin control.) — Basta.
Basta (histérico.) basta, le digo que basta.

Se precipita sobre Felipe y lo toma del cuello apretándolo, el Defensor hace un inútil esfuerzo, por calmarlo pero no lo consigue, por último el Fiscal lo suelta y queda el
cuerpo inerte de Felipe en el suelo. El Defensor se inclina sobre él y después de un rato dice:
DEFENSOR . — Está muerto.

Se produce un gran silencio, y poco a poco vemos cómo el abogado Defensor, que hasta ahora casi no ha hablado y que parecía un hombre muy tí-
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mido, va adquiriendo mayor envergadura y el tono de sus palabras es parecido
a las del fiscal cuando dice:

Usted es un asesino, usted ha profanado la ley natural, y en los estrados de la justicia, en el mismo templo del derecho, en la catedral de la ley, usted ha arrebatado una vida. Usted es un asesino.

FISCAL. (Que se ha dejado caer en el banquillo del acusado.) — ¿Quién, yo?