lunes, 8 de agosto de 2011

Roberto Arlt - La terrible sinceridad

Roberto Arlt - La terrible sinceridad



     Me escribe un lector: "Le ruego me conteste, muy seriamente, de qué forma
     debe uno vivir para ser feliz".
     Estimado señor: Si yo pudiera contestarle, seria o humorísticamente, de
     qué modo debe vivirse para ser feliz, en vez de estar pergueñando notas,
     sería, quizá, el hombre más rico de la tierra, vendiendo, únicamente a
     diez centavos, la fórmula para vivir dichoso. Ya ve qué disparate me
     pregunta.
     Creo que hay una forma de vivir en relación con los semejantes y consigo
     mismo, que si no concede la felicidad, le proporciona al individuo que la
     practica una especie de poder mágico de dominio sobre sus semejantes: es
     la sinceridad.
     Ser sincero con todos , y más todavía consigo mismo, aunque se perjudique.
     Aunque se rompa el alma contra el obstáculo. Aunque se quede sólo, aislado
     y sangrando. Esta no es una fórmula para vivir feliz; creo que no pero sí
     lo es para tener fuerzas y examinar el contenido de la vida, cuyas
     apariencias nos marean y engañan de continuo.
     No mire lo que hacen los demás. No se le importe un pepino de lo que opine
     el prójimo. Sea usted, usted mismo sobre todas las cosas, sobre el bien y
     el mal, sobre el placer y sobre el dolor, sobre la vida y la muerte. Usted
     y usted. Nada más. Y será fuerte como un demonio entonces. Fuerte a pesar
     de todos y contra todos. No importe que la pena lo haga dar de cabeza
     contra la pared. Interróguese siempre, en el peor minuto de su vida, lo
     siguiente:
     -¿Soy sincero conmigo mismo?
     Y si el corazón le dice que sí, y tiene que tirarse a un pozo, tírese con
     confianza. Siendo sincero no se va a matar. Esté segurísimo de eso. No se
     va a matar, porque no se puede matar. La vida, la misteriosa vida que rige
     nuestra existencia, impedirá que usted se mate tirándose al pozo. La vida,
     providencialmente, colocará, un metro antes de que usted llegue al fondo,
     un clavo donde se engancharán sus ropas, y ... usted se salvará.
     Me dirá usted: "¿Y si los otros no comprenden que soy sincero?" ¡Qué se le
     importa a usted de los otros! La tierra y la vida tienen tantos caminos
     con alturas distintas, que nadie puede ver a más distancia de la que dan
     sus ojos. Aunque se suba a una montaña, no verá un centímetro más lejos de
     lo que le permita su vista. Pero, escúcheme bien: el día que los que lo
     rodean se den cuenta de que usted va por un camino no trillado, pero que
     marcha guiado por la sinceridad, ese día lo mirarán con asombro, luego con
     curiosidad. Y ese día en que usted, con la fuerza de su sinceridad, les
     demuestre cuántos poderes tiene entre sus manos, ese día serán sus
     esclavos espiritualmente, créalo.
     Me dirá usted: "¿Y si me equivoco?". No tiene importancia. Uno se equivoca
     cuando tiene que equivocarse. Ni un minuto antes ni un minuto después.
     ¿Por qué? Porque así lo ha dispuesta la vida, que es esa fuerza
     misteriosa. Si usted se ha equivocado sinceramente, lo perdonarán. O no lo
     perdonarán. Interesa poco. Usted sigue su camino. Contra viento y marea.
     Contra todos, si es necesario ir contra todos. Y créame llegará un momento
     en que usted se sentirá más fuerte, que la vida y la muerte se convertirán
     en dos juguetes entre sus manos. Así, como suena. Vida. Muerte. Usted va a
     mirar esa taba que tiene tal reverso, y de una patada la va a tirar lejos
     de usted. ¿Qué se le importan los nombres, si usted, con su fuerza, está
     más allá de los nombres?
     La sinceridad tiene un doble fondo curioso. No modifica la naturaleza
     intrínseca del que la practica, y sí le concede una especie de doble
     vista, sensibilidad curiosa, y que le permite percibir la mentira, y no
     sólo la mentira, sino los sentimientos del que está a su lado.
     Hay una frase de Goethe, respecto de este estado, que vale un Perú. Dice:
     "Tú que me has metido en este dédalo, tú me sacarás de él"
     Es lo que anteriormente le decía.
     La sinceridad provoca en el que la practica lealmente, una serie de
     fuerzas violentas. estas fuerzas sólo se muestran cuando tiene que
     producirse eso de: "Tú que me has metido en este dédalo, tú me sacarás". Y
     si usted es sincero, va a percibir la voz de estas fuerzas. Ellas lo
     arrastrarán, quizá, a ejecutar actos absurdos. No importa. Usted los
     realiza. ¿Que se quedará sangrando? ¡Y es claro! Todo cuesta en esta
     tierra. La vida no regala nada, absolutamente. Todo hay que comprarlo con
     libras de carne y sangre.
     Y de pronto, descubrirá algo que no es la felicidad, sino un equivalente a
     ella. La emoción. La terrible emoción de jugarse la piel y la felicidad.
     No en el naipe, sino convirtiéndose usted en una especie de emocionado
     naipe humano que busca la felicidad, desesperadamente, mediante las
     combinaciones más extraordinarias, más inesperadas. ¿O qué se cree usted?
     ¿Que es uno de esos multimillonarios norteamericanos, ayer vendedores de
     diarios, más tarde carboneros, luego dueños de circo, y sucesivamente
     periodistas, vendedores de automóviles, hasta que un golpe de fortuna los
     sitúa en el lugar en que inevitablemente debía estar?
     Esos hombres se convirtieron en multimillonarios porque querían ser eso.
     Con eso sabían que realizaban la felicidad de su vida. Pero piense usted
     en todo lo que se jugaron para ser felices. Y mientras no se producía lo
     efectivo, la emoción, que derivaba de cada jugada, los hacía más fuertes.
     ¿Se da cuenta?
     Vea amigo: hágase una base de sinceridad, y sobre esa cuerda floja o
     tensa, cruce el abismo de la vida, con su verdad en la mano, y va a
     triunfar. No hay nadie, absolutamente nadie, que pueda hacerlo caer. Y
     hasta los que hoy le tiran piedras, se acercarán mañana a usted para
     sonreírle tímidamente. Créalo, amigo: un hombre sincero es tan fuerte que
     sólo él puede reírse y apiadarse de todo.

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