viernes, 13 de mayo de 2011

La dicotomía Civilización y Barbarie (apuntes mínimos)

La dicotomía Civilizaición y Barbarie

“La civilización ejerce la violencia en nombre de valores que se proponen como constructivos. La violencia de la civilización (…) Siempre está por construir un mundo. Y la construcción de ese mundo implica el aniquilamiento de los diferentes. “  José Pablo Feinmann.

"Sí, soy un cabecita negra. Nunca renegué de mis orígenes. A todos (los argentinos) les duele que haya hecho una fiesta así", dijo Diego Armando Maradona después de su casamiento para 1.200 personas en el Luna Park, el 7 de noviembre de 1989.

    Civilización y Barbarie” es una dicotomía presente a lo largo de la historia de una gran cantidad de naciones modernas, como una navaja que corta longitudinalmente el relato. Remite a una dualidad en general mal resuelta y deja un surco aún insalvable, marcado con sangre y fuego.
Los griegos les decían Bárbaros a aquellos extranjeros cuyas lenguas no entendían (se burlaban de su dicción ininteligible). Bárbaro ocupó desde entonces el lugar de “el otro”, el extraño, aquel a quien no puedo ni deseo conocer. No acepto su comportamiento y cultura diferente  por ello representa un peligro para un “nosotros” que vienen a ser los civilizados, a quienes asiste la razón, el orden, la educación, la cultura, la propiedad económica, etc.
En Argentina esta dicotomía es utilizada sobre todo por Domingo Faustino Sarmiento en su libro Facundo o Civilización y Barbarie (1845). Para Sarmiento, la barbarie estaba representada por lo americano, los indígenas, los guachos, los caudillos, el interior del país, etc. Esta figura de la barbarie tiene como modelo al Caudillo riojano Facundo Quiroga y al gobernador de Buenos Aires,  Juan Manuel de Rosas. Lo Bárbaro es lo que trae el caos, el desorden, lo no organizado, lo que se resiste al progreso del capitalismo económico-social y a lo extranjero-civilizado. En cambio, la civilización estaba representada por la sociedad europea, sobre todo, francia e inglaterra y se caracterizaba por la búsqueda del orden social, la cultura europea y letrada, el progreso económico y social, etc. A través de esta oposición, Sarmiento caracterizó el enfrentamiento político entre unitarios y federales y justificó el exterminio de los pueblos originarios y de las montoneras que defendían su organización económica-social regional frente a Buenos Aires como centro económico.
Durante el primer y segundo gobierno (1946-1952 y 1952-1958 interrumpido en 1955 por un golpe militar) de Perón, muchos sectores de la sociedad, entre ellos algunos intelectuales, asociaron sus políticas de inclusión de los sectores bajos y de los trabajadores como la Barbarie, porque era el origen de una ruptura con el orden que beneficiaba solo a las clases altas de la sociedad argentina asociadas, sobre todo, a la propieda rural. La participación de estos sectores bajos y sus expresiones públicas como el 17 de Octubre de 1945 ( día de la lealtad peronista conocido como el episodio de “las patas en la fuente”  en el cual una multitudd reclamó la libertad de Perón que se encontraba encarcelado en la isal Martín García) fueron vistas con temor y hasta odio por las clases altas. También esta asociación del peronismo con la barbarie estuvo relacionada con la posición neutral de la Argentina en relación a la segunda guerra mundial y al fascismo de Hitler y musolini.

Página12 - 17 de Julio 1999 “Monstruos de Borges” (Fragmento) Por José Pablo Feinmann
    Hay un cuento que Borges y Bioy escriben o, al menos, fechan en noviembre de 1947. Como sea, lo habrán escrito durante esos días, días en que gobernaba Perón y ellos se erizaban de odio ante el espectáculo desaforado del populismo. ("Este relato --dirá años después Bioy y Matilde Sánchez-- está escrito con un tremendo odio. Estábamos llenos de odio durante el peronismo"). Rodríguez Monegal ofrece algunos datos más: "Uno de los textos clandestinos de Borges fue escrito en colaboración con Adolfo Bioy Casares y sólo circuló en manuscrito durante el primer gobierno de Perón.
Pertenece a la serie de relatos atribuidos a H. Bustos Domecq, pero a diferencia de la mayoría de aquéllos, éste es radicalmente político, lo que explica que haya sido publicado (por mí, en Montevideo y en el semanario Marcha), después de la caída de Perón". El cuento es “La fiesta del Monstruo” y está encabezado por una estrofa del poeta unitario Hilario Ascasubi. El poema de Ascasubi se llama a “La refalosa” y narra, por medio de un mazorquero, el martirio y degüello de un unitario. La estrofa que utilizan Borges-Bioy dice: "Aquí empieza su aflición". Ya Echeverría, en “El matadero” había descrito los horrores del degüello federal. Hay, así, una trilogía: “El matadero” (Echeverría), “La refalosa” (Ascasubi), “La fiesta del Monstruo” (Borges-Bioy). La fiesta... toma el naturalismo brutal de Echeverría y recurre a la narración en primera persona de La refalosa. Tanto en Ascasubi como en Borges-Bioy quienes narran son los bárbaros: un mazorquero en Ascasubi, un "muchacho peronista" en Borges-Bioy.
 Así como en una nota anterior ("Borges y la barbarie") expuse la delicada y profunda concepción de la barbarie que Borges explicita en el Poema conjetural, corresponderá hoy la visión cruel, despiadada, unidimensional, sobrepolitizada que, junto con Bioy, presenta del Otro, del "bárbaro", en “La fiesta del Monstruo”. El narrador, queda dicho, es un militante peronista. Le narra a su novia, Nelly, los avatares de una jornada en la que irán a la plaza a escuchar un discurso del Monstruo, nombre que, en el cuento, se le da a Perón. "Te prevengo, Nelly, que fue una jornada cívica en forma". La noche anterior el "muchacho" descansa como se debe. "Cuando por fin me enrosqué en la cucha, yo registraba tal cansancio en los pieses que al inmediato capté que el sueñito reparador ya era de los míos (...) No pensaba más que en el Monstruo, y que al otro día lo vería sonreírse y hablar como el gran laburante argentino que es". (Borges intenta recrear el lenguaje popular, pero se acerca más a Catita que a los obreros peronistas.) En suma, hay que ir a la Plaza: "hombro con hombro con los compañeros, no quise restar mi concurso a la masa coral que despachaba a todo pulmón la marchita del Monstruo (...) No me cansaba de pensar que toda esa muchachada moderna y sana pensaba en todo como yo (...) Todos éramos argentinos, todos de corta edad, todos del Sur". Otra vez la presencia del Sur como el territorio de la barbarie. (…) Es el Sur del odio clasista. Un Sur absolutamente irrecuperable para Borges. Un Sur injuriado por la jauría fiel y desastrada del Monstruo.
 El Sur de los muchachos que marchan hacia la Plaza. De pronto, dice el narrador a Nelly, encuentran un inconveniente: "hasta que vino a distraernos un sinagoga que mandaba respeto con la barba". A este "sinagoga" los muchachos del Monstruo lo dejan seguir; tal vez por la barba. "Pero no se escurrió tan fácil otro de formato menor, más manuable, más práctico, de manejo más ágil". ¿Cómo es este sinagoga? Sólo los panfletos del Reich habrán ofrecido una descripción tan horrenda de un judío (pero éste era el propósito de Borges: ya que el Monstruo era, sin más, nazi, nazis debían ser sus adictos o comportarse como tales): "Era un miserable cuatro ojos, sin la musculatura del deportivo. El pelo era colorado, los libros bajo el brazo y de estudio". El "sinagoga" es algo torpe: "Se registró como un distraído que cuasi se llevaba por delante a nuestro abanderado, el Spátola". Los muchachos le exhiben la figura del Monstruo: "Bonfirraro, le dijo al rusovita que mostrara un cachito más de respeto a la opinión ajena, señor, y saludara la figura del Monstruo".   El "sinagoga" se niega: "El otro contestó con el despropósito que él también tenía su opinión. El Nene, que las explicaciones lo cansan, lo arrempujó con una mano (...) Lo rempujó a un terreno baldío, de esos que el día menos pensado levantan una playa de estacionamiento, y el punto vino a quedar contra los nueve pisos de una pared". Así, "el pobre quimicointas" queda acorralado. Lo que sigue es un despiadado asesinato callejero. Tal como el unitario de Echeverría era aniquilado por los federales del Matadero, el judío de Borges cae destrozado por los muchachos de Perón. (Observemos que es la derecha oligárquica quien inventa la línea nacional Rosas-Perón del revisionismo de los setenta, la "primera" y la "segunda" tiranía.) "El primer cascotazo (...) le desparramó las encías y la sangre era un chorro negro. Yo me calenté con la sangre y le arrimé otro viaje con un cascote que le aplasté una oreja y ya perdí la cuenta de los impactos porque el bombardeo era masivo. Fue desopilante; el jude se puso de rodillas y miró al cielo y rezó como ausente en su media lengua. Cuando sonaron las campanadas de Monserrat se cayó porque ya estaba muerto. Nosotros nos desfogamos un poco más con pedradas que ya no le dolían. Te lo juro, Nelly, pusimos el cadáver hecho una lástima (...) Presto, gordeta, quedó relegado al olvido ese episodio callejero (...) Nos puso en forma para lo que vino después: la palabra del Monstruo. Estas orejas lo escucharon, gordeta, mismo como todo el país, porque el discurso se transmite en cadena".
     Por desdicha, las opciones políticas de Borges fueron impulsadas por el odio unidimensional, racial y clasista, de “La fiesta del Monstruo”. Esto explica su adhesión a las dictaduras militares que devastaron nuestro país. Sobre todo a la más horrenda, la de Videla. 




ADEPA
 
EDITORIAL | 05 DE AGOSTO DE 2010
En busca de una norma que rija la publicidad oficial
Con el Bicentenario de la Patria también cumplieron dos siglos visiones divergentes respecto de lo que la Argentina debe ser.
     Una pone el foco en los hombres, en la tradición del jefe, que se remonta al tiempo de los capitanes de Conquista y los primeros caudillos españoles en América. A esa matriz corresponde el casuismo indiano, la norma creada para la ocasión y el destinatario precisos.
     La otra enfatiza la organización y la ley, la institucionalidad y la previsibilidad de las conductas y contratos alentados por el cumplimiento de normas de alcance general.
    En rigor, ninguna se ha expresado en la práctica de manera absoluta, entre otras razones porque se han impregnado mutuamente.
    No obstante, cada una tiene su rasgo dominante. En la corriente signada por la voluntad del jefe abrevan el patriarcalismo clientelar y la discrecionalidad política, siempre próxima a la arbitrariedad. Por su parte, en la tendencia institucionalista, predomina la valoración de la ley, pivot de una convivencia asentada en seguridades compartidas.
    El teniente general Juan Domingo Perón, máxima expresión de la tradición caudillista en el siglo XX, exaltó en los últimos días de su tercera presidencia el valor de la ley y sintetizó en una frase el aprendizaje de su vida política: “Sólo la organización vence al tiempo”.
     Pero lamentablemente, lo aprendido y predicado por el conductor del mayor movimiento de masas en la Argentina vale para él, y no es automáticamente transmisible o asimilable por sus seguidores.
      Sobran los ejemplos sobre la resistencia -manifiesta o implícita- del actual oficialismo a respetar -cuando no le conviene- el mandato de las normas o los límites que las instituciones establecen. Pero aquí vamos a circunscribirnos a un caso que, por fin, comienza a avanzar en la Cámara de Diputados; un caso que es crucial para garantizar la libertad de prensa en la Argentina. Nos referimos a la fijación de normas que regulen la administración de la pauta oficial de publicidad.
     Luego de una tenaz resistencia a tratar un tema sensible no sólo porque implica el manejo de fondos del Estado nacional, sino porque a través de ellos se puede operar de manera distorsiva sobre el universo periodístico creando ventajas para medios adictos en desmedro de publicaciones críticas, al final el debate legislativo ha sido habilitado.
   Es una buena noticia para los medios y, sobre todo para la sociedad. Y lo es por dos razones: porque los tributos que la ciudadanía paga nutren la caja pública de la que se obtienen los fondos para pagar de la publicidad oficial, y porque la asignación razonada y razonable de los avisos restablecerá equilibrios perdidos y contribuirá a sostener la polifonía de una genuina democracia.
     En verdad, la única justificación de la inversión de fondos públicos en publicidad es brindar información que, por su relevancia pública, todo ciudadano debe conocer. Por eso, los mecanismos de asignación deben responder a la lógica de la más eficiente y efectiva llegada del mensaje al receptor. Y lo que falta es un buen diseño de distribución regulado por la ley para evitar cuanto se pueda la tentación de caer en discrecionalidades y arbitrariedades que son hábito. ­­




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