lunes, 21 de marzo de 2011

SELECCIÓN DE “AGUAFUERTES PORTEÑAS” primera parte

Desde la vidriera del café

 EL 15 de agosto de 1928, en la página 6 del diario El Mundo de Buenos Aires, apareció una sección titulada "Aguas Fuertes Porteñas". Llevaba el subtítulo de "El hombre que ocupa la vidriera del café" y la firma de Roberto Arlt. En realidad, Arlt se habla incorporado al diario en mayo de ese año, iniciando sus notas, recuadradas y anónimas, al mes siguiente. El nombre de la sección fue propuesto por Carlos Muzio Sáenz Peña, director del medio.

Por entonces Arlt tenía una novela publicada -El juguete rabioso (1926)- y cierta experiencia periodística, adquirida sobre todo en el semanario Don Goyo (1926-1927) y en las páginas policiales de Crítica (1927). Escribiría sus aguafuertes, en forma ininterrumpida, hasta 1935.

SELECCIÓN DE “AGUAFUERTES PORTEÑAS”

El placer de vagabundear, Roberto Arlt - Aguasfuertes porteñas

Comienzo por declarar que creo que para vagabundear se necesitan excepcionales condiciones de soñador. (…).
   Digo esto porque hay vagos, y vagos.  (…).
   Ante todo, para vagar hay que estar por completo despojado de prejuicios y luego ser un poquitín escéptico, escéptico como esos perros que tienen la mirada de hambre y que cuando los llaman menean la cola, pero en vez de acercarse, se alejan, poniendo entre su cuerpo y la humanidad, una respetable distancia.
   Claro está que nuestra ciudad no es de las más apropiadas para el atorrantismo sentimental, pero ¡qué se le va a hacer!
   Para un ciego, de esos ciegos que tienen las orejas y los ojos bien abiertos inútilmente, nada hay para ver en Buenos Aires, pero, en cambio, ¡qué grandes, qué llenas de novedades están las calles de la ciudad para un soñador irónico y un poco despierto! ¡Cuántos dramas escondidos en las siniestras casas de departamentos! ¡Cuántas historias crueles en los semblantes de ciertas mujeres que pasan! ¡Cuánta canallada en otras caras! Porque hay semblantes que son como el mapa del infierno humano. Ojos que parecen pozos. Miradas que hacen pensar en las lluvias de fuego bíblico. Tontos que son un poema de imbecilidad.
  (…) El vagabundo se regocija. Entendámonos. Se regocija ante la diversidad de tipos humanos. Sobre cada uno se puede construir un mundo. Los que llevan escritos en la frente lo que piensan, como aquellos que son más cerrados que adoquines, muestran su pequeño secreto... el secreto que los mueve a través de la vida como fantoches.
    A veces lo inesperado es un hombre que piensa matarse y que lo más gentilmente posible ofrece su suicidio como un espectáculo admirable y en el cual el precio de la entrada es el terror y el compromiso en la comisaría seccional. Otras veces lo inesperado es una señora dándose de cachetadas con su vecina, mientras un coro de mocosos se prende de las polleras de las furias y el zapatero de la mitad de cuadra asoma la cabeza a la puerta de su covacha para no perder el plato.
    Los extraordinarios encuentros de la calle. Las cosas que se ven. Las palabras que se escuchan. Las tragedias que se llegan a conocer. Y de pronto, la calle, la calle lisa y que parecía destinada a ser una arteria de tráfico con veredas para los hombres y calzada para las bestias y los carros, se convierte en un escaparate, mejor dicho, en un escenario grotesco y espantoso donde, como en los cartones de Goya, los endemoniados, los ahorcados, los embrujados, los enloquecidos, danzan su zarabanda infernal.
 
VENTANAS ILUMINADAS

La otra noche me decía el amigo Feilberg, que es el coleccionista de las historias más raras que conozco:
–¿Usted no se ha fijado en las ventanas iluminadas a las tres de la mañana? Vea, allí tiene argumento para una nota curiosa.
 Ciertamente, no hay nada más llamativo en el cubo negro de la noche que ese rectángulo de luz amarilla, situado en una altura, entre el prodigio de las chimeneas bizcas y las nubes que van pasando por encima de la ciudad, barridas como por un viento de maleficio.
¿Qué es lo que ocurre allí? ¿Cuántos crímenes se hubieran evitado si en ese momento en que la ventana se ilumina, hubiera subido a espiar ; un hombre?
¿Quiénes están allí adentro? ¿Jugadores, ladrones, suicidas, enfermos? ¿Nace o muere alguien en ese lugar?
En el cubo negro de la noche, la ventana iluminada, como un ojo, vigila las azoteas y hace levantar la cabeza de los trasnochadores que de pronto se quedan mirando aquello con una curiosidad más poderosa que el cansancio.


¿QUIERE SER USTED DIPUTADO?
Si usted quiere ser diputado, no hable en favor de las remolachas, del petróleo, del trigo, del impuesto a la renta; no hable de fidelidad a la Constitución, al país; no hable de defensa del obrero, del empleado y del niño. No; si usted quiere ser diputado, exclame por todas partes:
–Soy un ladrón, he robado... he robado todo lo que he podido y siempre.


 
             DIALOGO DE LECHERIA (Fragmento)

Días pasados, tabique por medio, en un lechería con pretensiones de "reservado para familias", escuché un diálogo que se me quedó pegado en el oído, por lo pelafustanesco que resultaba. Indudablemente, el individuo era un divertido, porque las cosas que decía movían a risa. He aquí lo que más o menos retuve:
El Tipo. –Decime, yo no te juré amor eterno. ¿Vos podés afirmar bajo testimonio de escribano público que te juré amor eterno? ¿Me juraste vos amor eterno? No. ¿Y entonces...?
Ella. –Ni falta hacía que te jurara, porque bien sabés que te quiero...
El Tipo. –Un... Eso es harina de otro costal. Ahora hablemos del amor eterno. Si yo no te juré amor eterno, ¿por qué me hacés cuestión y me querellás?...
Ella. –¡Monstruo! Te sacaría los ojos...
El Tipo. –Y ahora me amenazás en mi seguridad personal. ¿Te das cuenta? ¿Querés privarme de mi libertad de albedrío?
Ella. –¡Qué disparates estás diciendo!...
El Tipo. –Es claro. Vos no me querés dejar tranquilo. Pretendés que como un manso cabrito me pase la vida adorándote...
Ella.– ¿Manso cabrito vos?... Buena pieza..., desvergonzado hasta decir basta...
El Tipo. –No satisfecha con amenazarme en mi seguridad personal, me injuriás de palabra.
Ella. –Si no me juraste amor eterno, en cambio me dijiste que me  querías...
El Tipo. –Eso es harina de otro costal. Una cosa es querer... y otra cosa, querer siempre. Cuando yo te dije que te quería, te quería. Ahora...
Ella (amenazadora). –Ahora, ¿qué?
El Tipo (tranquilamente).– Ahora no te quiero como antes.
Ella. –¿Y cómo me querés, entonces?
El Tipo (con mucha dulzura).– Te quiero... ver lejos...
Ella. –Un descarado como vos no he conocido nunca.
El Tipo. –Por eso siempre te recomendé que viajaras. Viajando se instruye uno. Pero no vayas a viajar en ómnibus, ni en tranvía. Tomá un vapor grande, grandote, y andate... andate lejos.
Ella (furiosa). –¿Y por qué me besabas, entonces?
El Tipo. –Ejem... Eso es harina de otro costal...
Ella. –Parecés panadero.(…)

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